TIEMPO DE ODIO: EL CASO LEGUÍA (2)
Escribe: Luis Gonzales Posada

El recuerdo de Augusto B Leguía está asociado a los crueles vejámenes que sufrió a partir del 25 de agosto de 1930, cuando fue derrocado por el comandante Sánchez Cerro.
El Manifiesto de Arequipa indicó la ruta de la barbarie al sostener que “hace más de once años que sufre el Perú los crecientes desmanes de un régimen corrupto y tiránico en el que se aúnan la miseria moral y la protervia política. Dentro y fuera del país deja las huellas de sus atropellos y de sus villanías. En el orden constitucional, ha roto la Carta Política, erigiendo en ley suprema la voluntad de un hombre y haciendo del Parlamento un hato de lacayos sumisos y voraces”.
Ese agresivo documento fue escrito por el abogado Bustamante y Rivero, quien participó en los preparativos de la asonada y fue nombrado asesor político y ministro de Justicia del dictador, hecho que soslayan la mayoría de analistas, sin considerar que en ese período se creó el inconstitucional Tribunal de Sanción y se intervinieron los órganos de justicia.
Recordemos, asimismo, que el militar golpista, que martirizó con psicópata perversidad al ex mandatario, fue protegido por su víctima en su carrera castrense.
En 1922, con el grado de mayor del Ejército, Sánchez Cerro participó en una asonada en el Cusco que fue fácilmente sofocada y el insurrecto confinado al penal de Taquile, ubicado en una isla casi despoblada del lago Titicaca, a cuatro mil metros sobre el nivel del mar.

