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TIEMPOS DE ODIO: EL CASO LEGUÍA

Escribe: Luis Gonzales Posada

Luis Gonzales Posada - Wikipedia, la enciclopedia libre

 

Lo que hicieron con Leguía debemos recordarlo porque ese infame capítulo se replica en muchos momentos, de diferentes formas, corroyendo el espíritu humanitario de la nación.

 

 

Los enemigos de Fujimori querían verlo muerto en prisión. Familiares y partidarios ahora celebran su libertad recordando que fue indultado por Kuczynski y la gracia presidencial ratificada por el Tribunal Constitucional.
Sostienen, además, que con 85 años de edad ha pasado 16 encarcelado, padeciendo múltiples enfermedades.
En el polarizado debate emerge en el recuerdo la figura del presidente Augusto B. Leguía, que murió en una escabrosa prisión, vejado y torturado, víctima del odio y la maldad, letal combinación que caracteriza a siniestros personajes y colectivos políticos dispuestos a arrasar con la Constitución y las leyes para ejercer venganza contra sus adversarios o, simplemente, en busca de protagonismo mediático. Un caso patético y actual de inquina es el cardenal Pedro Barreto, que en lugar de buscar la paz y la unidad como debe hacerlo todo buen católico emergió furioso sosteniendo que el indulto “es una cachetada al país”.
En ese tóxico contexto, recordemos que la historiadora María Rostworowski preguntaba: “Por qué, a pesar de haber sufrido numerosos embates a lo largo de nuestra historia, aún sobrevivimos como nación”.
La distinguida académica bosquejó la respuesta: “Porque no somos una nación. Lo que no existe no puede desaparecer. Nunca lo hemos sido. Ni siquiera en el Tahuantinsuyo. Este fue un imperio militarista, elitista y semiesclavista. La tan ponderada abundancia y justicia social solo existía para la casta real; el resto, el pueblo llano y las etnias conquistadas, vivían en pésimas condiciones, sometidas a continuas guerras y a una explotación inhumana. Por eso los cañaris, los chachapoyas, los huaylas, los huancas odiaban a los incas”.
Luego agrega que: “el odio fue el elemento principal, el disolvente, que impidió que las diferentes culturas se cohesionaran en una sola nación. Y ese odio persiste hasta ahora” (Lima Gris,19/5/202).
A lo dicho por la doctora Rostworowski resta agregar que esa inquina explica por qué 168 españoles comandados por Francisco Pizarro conquistaron un imperio de 10 millones de habitantes, sin resistencia de los pueblos aborígenes; más bien, con su decidido respaldo.
Augusto Bernardino Leguía Salcedo, cuya dramática historia narraremos en otros dos artículos, se enroló como sargento del Batallón N° 2 del Ejército de Reserva a los 17 años de edad, combatiendo contra las tropas chilenas en la batalla de San Juan de Miraflores.
Fue un exitoso y rico empresario, agente de seguros de la multinacional estadounidense New York Life Insurance, fundador del Banco Internacional e integrante de los directorios de la Sociedad Nacional de Industrias, de la Compañía de Seguros Rímac y de la Compañía Peruana de Vapores, casado con Julia Swayne y Mariátegui, acaudalada propietaria de varias haciendas azucareras de la costa.
Con esos antecedentes fue captado por el Partido Civil. Los gobiernos de Manuel Candamo, Serapio Calderón y José Pardo y Barreda lo nombraron ministro de Hacienda y también ocupó la Presidencia del Consejo de Ministros, para después ser nominado candidato presidencial de esa organización política.
Ganó los comicios para el ejercicio presidencial 1908-1914. En 1919 vuelve a postular, esta vez con agrupación propia, el Partido Democrático Reformista, apoyado por el mariscal Andrés Avelino Cáceres, ganando las elecciones para el periodo 1919-1924.
En 1923, con amplia mayoría parlamentaria, modifica la Constitución de 1920 para permitir una reelección inmediata. De esta manera extiende su mandato hasta 1929 y, en octubre de 1927, logra que el Congreso aprueba unánimemente otra ley autorizando la reelección indefinida, a cuyo amparo resulta reelecto para el lapso 1929-1934.
El comandante Sánchez Cerro, protegido suyo –a quien ascendió y nombró a las agregadurías militares del Perú en Francia e Italia, después de perdonarle un intento golpista en el Cusco, en 1922–, levantó a la guarnición de Arequipa el 25 de agosto de 1930, iniciando un tiempo de violencia y terror, que tuvo como primera víctima al derrocado mandatario, a quién martirizó cobardemente hasta que falleció pesando 37 kilos. Lo que hicieron con Leguía debemos recordarlo porque ese infame capítulo se replica en muchos momentos, de diferentes formas, corroyendo el espíritu humanitario de la nación.

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