Desde el mismo momento en que Nicolás Maduro anunció muy orondo y tranquilo, después del proceso electoral del domingo, en donde todas las encuestas daban como ganador a la oposición y le auguraban a él como un seguro derrotado; desde el momento mismo que, a pesar de ello, anunció muy sereno que “se atenía a lo que dijera la autoridad electoral de Venezuela”, estaba claro que esa autoridad electoral, como quiera que fuera, le iba a dar como ganador –a troche y moche-, falsificando cifras, votos y el resultado de las elecciones electorales.
Algo tiene que suceder radicalmente en el sistema internacional para poder restaurar la verdadera democracia en Venezuela, para que ese pueblo deje de sufrir y que la dictadura que se presenta tan cruda y madura en pleno Siglo XXI, en nuestras narices como retándonos diariamente, deje de regir como un mecanismo político de opresión
Pues tal cual ha pasado, y las alegres, candorosas y anticipadas celebraciones de la oposición, tanto en Caracas como en el resto de los países donde está la diáspora venezolana, fueron ciertamente prematuras y tristes, porque se ha impuesto un fraude descomunal y descarado en Venezuela, que de este modo no le ha importado ponerse de espaldas a casi toda América Latina, expulsando a los embajadores de los países que se niegan a admitir y a cohonestar este fraude, rompiendo relaciones diplomáticas por doquier, y enfrentándose a casi todos, aunque es obvio que cuenta con el apoyo de México de López Obrador, de Nicaragua de Ortega, de Bolivia y el rezago Evo, de Rusia de Putin y tiene el apoyo de los países extremistas del Oriente.
Pero no tiene el apoyo de principales los países americanos, por lo que la pregunta de base es la siguiente: ¿Qué cosa harán los Estados Unidos frente a este descarado fraude en las narices de la frontera americana? ¿Qué cosa hará -que sea realmente eficiente- la Organización de los Estados Americanos (OEA)?
Una OEA que ha sido tan activa en contra de Perú, por ejemplo, que ahora aparece como un minino de débil maullido frente a un fraude descomunal y descarado como el que ha acontecido en Venezuela, realizado en la cara pelada de todos los países del mundo, para burla y mofa de todos.
Resulta evidente que hasta presidentes de izquierda, como Gabriel Boric en Chile, o Gustavo Petro en Colombia o Lula en el Brasil, sienten vergüenza ajena para poder cohonestar estos resultados, mientras que presidentes de franca renovación, como Milei, pretende llevar adelante una campaña internacional para poder arrojar del poder que hoy claramente usurpa Nicolás Maduro en Venezuela, con el apoyo de sus Fuerzas Armadas previamente cooptadas desde hace buen tiempo.
Quizá se debería de pensar en que la Carta Democrática realmente sirva para algo y sobre su base jurídica se pueda organizar una nueva campaña expedicionaria que surja de la Argentina, Brasil, Chile y Perú para liberar militarmente a Venezuela de este yugo opresor que impone esta cruenta dictadura de varias décadas -y que a este paso será vitaliacia con permanente metástasis de maduros, verdes, crudos y diosdados, que ya ha arrojado a más de 8 millones de venezolanos fuera de sus costas, generando en el corazón de América Latina la más grave crisis humanitaria que hayamos vivido nunca y con la que convivimos cotidianamenmte en nuestras calles, pero frente a la cual los sistemas internacionales han hecho muy poco, pueden hacer muy poco y demuestran muy poca efectividad.
Algo tiene que suceder radicalmente en el sistema internacional para poder restaurar la verdadera democracia en Venezuela, para que ese pueblo deje de sufrir y que la dictadura que se presenta tan cruda y madura en pleno Siglo XXI, en nuestras narices como retándonos diariamente, deje de regir como un mecanismo político de opresión y de exacción, y se imponga de una buena vez el Estado de Derecho, la Constitución, el Derecho Internacional y, sobre todo, el respeto a los esenciales derechos humanos de un pueblo que hoy por hoy, luce muy sufrido.