Comenzó el festival de encuestas con miras a las elecciones del próximo año. Vale la pena saber si confiar o no confiar en ellas… o cuánto confiar en ellas.
Lo primero -y medular- es tener claro cuál es el período de validez de la encuesta. Las encuestas sólo valen para el momento en que terminó su trabajo de campo. Al día siguiente, aunque improbable, todo puede cambiar.
Lo segundo es la trayectoria y seriedad del proveedor del servicio. Hay encuestadoras y “encuestadoras”. La reputación se construye en el tiempo y, al cabo de algunos años, ésta se consolida, para bien o para mal. Por eso hay firmas de investigación del mercado político que simplemente van desapareciendo.
Lo tercero es la ficha técnica y la calidad del cuestionario. Una encuesta debe ser publicada junto con su ficha técnica para determinar su pertinencia. Es un hecho que, por ejemplo, las encuestas telefónicas y las encuestas online, son mucho menos pertinentes que las encuestas presenciales. Esto sobre todo por la certidumbre de la supervisión.
En cuanto a la calidad del cuestionario, para un usuario experto es muy fácil distinguir cuando una pregunta es sesgada, es decir cuándo orienta intencionalmente la respuesta del entrevistado. Sin embargo, no lo es para un ciudadano no iniciado y es relativamente sencillo sorprenderlo.
Lo cuarto es el tamaño y composición de la muestra. Las encuestas pretenden representar estadísticamente a un universo determinado. Para este caso, el universo es el total de electores del país. La muestra es una representación, estadísticamente válida, de ese universo. Se debe construir con rigor técnico y tiene que comprender a los diferentes segmentos que lo integran. Para las encuestas electorales se usa una muestra total de, grosso modo, 1200 electores.
Lo quinto, y fundamental, es el margen de error. Con base en la muestra se estima el margen de error. En las encuestas políticas éste tiende a ser del 2.8% para la muestra total. Esto quiere decir que el resultado que se presenta puede moverse en un rango de +2.8% o – 2.8%. Si alguien, poco o nada escrupuloso, quisiera manejar los resultados podría beneficiar a quien quisiera, con relación a algún rival, hasta en un 5.6%.
También podría perjudicar a otro en la misma medida. En un panorama como el nuestro
en que, diez meses antes de las elecciones, el puntero no llega al 16% y quienes lo siguen no alcanzan el 10%, nos podemos imaginar el peso que representa 5.6%.
Por debajo de 5.6%, la misma firma encuestadora podría hacer lo que le dé la gana. Por ejemplo que Acuña ocupe el cuarto lugar, seguido de cerca por De Soto o incluso que Francisco Diez Canseco figure en el top ten. Así como que otros no aparezcan.
Ahora bien, no todos los resultados de una encuesta tienen el mismo margen de error. Conforme la base muestral disminuye, el margen de error aumenta. Los resultados por segmento, entonces, son mucho menos precisos que aquellos que corresponden al total muestral. O sea, la data por regiones, por grupos de edad o por género son menos confiables. Y así.
Un amigo mío, a propósito de la última encuesta publicada, recordó un apotegma: Hay dos formas de no decir la verdad, con mentiras y con encuestas. Tiene, probablemente, gran parte de razón.
Buena aclaración e información.