OPINIÓN/ Pesadilla y angustia en el Callao
Escribe: Ricardo León Dueñas

La justicia se encargaría de condenar al capitán y al segundo de a bordo del pesquero japonés por homicidio involuntario,
Eran las 18:50 horas del viernes 26 de agosto de 1988, nada hacía presagiar que la rada del puerto del Callao aquel invernal y brumoso atardecer se convertiría en el escenario del peor accidente marítimo de su historia. El submarino BAP Pacocha (SS-48) de la Marina de Guerra del Perú, con 49 tripulantes a bordo, retornaba al puerto luego de realizar sus usuales prácticas de entrenamiento. En ese momento fue intempestivamente impactado por la popa por una negligente e imprudente maniobra del buque pesquero japonés Kiowa Maru, como se pudo determinar en posteriores investigaciones.
Producto de dicha colisión murieron en el acto cuatro tripulantes de la nave peruana, la que se hundió en menos de cinco de minutos, depositándose en el fondo del lecho marino a 42 metros de profundidad. 26 hombres que estaban ubicados en la zona de torpedos se salvaron gracias a la heroica acción del comandante del submarino Daniel Nieva Rodríguez, quién murió instantáneamente en el cumplimiento de su deber cuando cerró una escotilla de pase.
Sin embargo, la pesadilla y angustia para los 22 hombres que quedaron atrapados en el fondo de mar recién comenzaba. Con cada vez menos oxigeno, exceso de gases tóxicos (CO2, nitrógeno, entre otros) y en total oscuridad, el joven teniente Roger Cotrina Alvarado con temple y decisión comandó una situación límite pudiendo salvar la vida de la mayoría de personal a su cargo.
Muchos de los hombres estaban adiestrados tan solo en tareas de servicio. Eran cocineros, asistentes, etc. Ninguno era miembro de las fuerzas especiales y nueve de ellos… ni siquiera sabían nadar. Así, uno a uno -como pudieron- fueron saliendo a flote, sorteando la posibilidad de morir en el intento por las gélidas aguas del Pacífico, la presión y el natural desgaste físico que tal intento significaba.
Para la madrugada del día siguiente ya todo había acabado, la decisiva y profesional conducta de nuestra Marina de Guerra evitó una desgracia mayor, habida cuenta que la ayuda prometida recién iba a llegar en 48 horas…momento en el cual solo hubiesen encontrado cadáveres. Algunos meses después fue rescatado lo que quedó del submarino.
La justicia se encargaría de condenar al capitán y al segundo de a bordo del pesquero japonés por homicidio involuntario, pagando sus delitos con un tiempo en prisión, para luego ser extraditados a Japón. La peor parte la llevó el lado peruano, el trágico saldo final fueron las muertes de nueve marinos, incluido el valiente capitán Nieva.
