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OPINIÓN/ Donald Trump: el estadista que propone la paz que Europa evitó

Escribe: Ricardo Sánchez Serra*

 

Pocos se atreven a decir lo que muchos callan: que el conflicto no comenzó el 24 de febrero de 2022, sino mucho antes, con el golpe de Estado de 2014 contra Víktor Yanukóvich

No inicias una guerra con un país veinte veces más grande y después pides armas”, dijo Donald Trump al presidente ucraniano Volodímir Zelensky, en una advertencia que resoOPINIÓNnó en todo el mundo. Y añadió con crudeza: “Si no se apresura en aceptar un arreglo, pronto no tendrá país con el cual negociar”. Con estas frases, el presidente de Estados Unidos abrió posteriormente un paso a un documento histórico: un plan de paz de 28 puntos destinado a poner fin a la guerra en Ucrania, una propuesta que ni Europa ni la OTAN se atrevieron a formular en casi cuatro años de conflicto.

El Memorándum de Budapest de 1994 establecía que Ucrania debía ver respetada no solo su integridad territorial, sino también la estabilidad de sus gobiernos políticos, prohibiendo expresamente la injerencia extranjera en sus asuntos internos. Sin embargo, esa cláusula fue vulnerada cuando en 2014 se produjo el golpe de Estado contra el presidente Víktor Yanukóvich, con intervención directa de funcionarios occidentales y millonarios fondos destinados a socavar el orden político ucraniano. Ese incumplimiento fue el verdadero inicio de la crisis que desembocó en la guerra.

Incumplir tratados internacionales pueden ser motivo de casus belli

Hablar de la guerra con objetividad es difícil en tiempos de propaganda y desinformación. Pocos se atreven a decir lo que muchos callan: que el conflicto no comenzó el 24 de febrero de 2022, sino mucho antes, reitero, con el golpe de Estado de 2014 contra Víktor Yanukóvich. Desde entonces, Ucrania violó acuerdos internacionales, bombardeó el Donbás causando 14.000 muertes, incumplió los tratados de Minsk I y II -configurando un casus belli- y buscó ingresar a la OTAN pese a las advertencias de Moscú (también la OTAN incumplió sus acuerdos con Rusia de no avanzar hacia sus fronteras).

Europa y Estados Unidos lo sabían, pero prefirieron ocultarlo y construir un relato simplista: Rusia como agresor, Ucrania como víctima. Trump, con sabiduría, rompió ese esquema. Zelensky no es la “madre Teresa de Calcuta”, sino un gobernante que prolonga la guerra en perjuicio de su propio pueblo.

El plan de paz de Trump propone confirmar la soberanía de Ucrania, concluir un acuerdo global de no agresión entre Rusia, Ucrania y Europa, y detener la expansión de la OTAN. Se abriría un diálogo entre Rusia y la alianza, con mediación de Estados Unidos, para garantizar la seguridad mundial y crear condiciones de cooperación económica.

Ucrania recibiría garantías de seguridad fiables, limitaría sus Fuerzas Armadas a 600.000 efectivos y consagraría en su Constitución que no ingresará a la OTAN, mientras la alianza incluiría en sus estatutos que Ucrania no será admitida en el futuro. La OTAN no estacionaría tropas en Ucrania y los aviones europeos se ubicarían en Polonia. Estados Unidos ofrecería una garantía condicionada: si Ucrania invade Rusia o lanza misiles sin motivo, perdería la protección; si Rusia invade Ucrania, se restablecerían sanciones y se revocarían beneficios.

Si Ucrania no quiere firmar la paz, EE. UU. firmaría por ella, como lo hizo por Corea del Sur en 1953

El documento abre la puerta a la adhesión de Ucrania a la Unión Europea -imposible hasta ahora por sus altos índices de corrupción- y a un acceso preferente al mercado europeo. Incluye un paquete global de reconstrucción con un Fondo de Desarrollo para invertir en tecnología, inteligencia artificial e infraestructura, cooperación en gasoductos y rehabilitación de zonas devastadas.

En cuanto a los activos rusos congelados, Trump plantea que se destinen en parte a la reconstrucción de Ucrania y en parte a proyectos conjuntos ruso-estadounidenses, creando incentivos para no volver al conflicto. Además, Rusia sería invitada a reincorporarse al G8 y se firmaría un acuerdo de cooperación económica a largo plazo en energía, recursos naturales, inteligencia artificial y metales estratégicos del Ártico.

Aquí mi posición es categórica: esos activos no pueden ser entregados a Ucrania ni repartidos bajo fórmulas de “cooperación” que legitimen un despojo. Jurídicamente, se trata de una apropiación indebida que debe revertirse. Lo justo es la restitución total y sin condiciones.

Una salida pragmática -si se exige utilidad pública- sería invertir parte de esos recursos exclusivamente en el desarrollo y reconstrucción de las regiones afectadas por el conflicto (Donbás, Crimea, Zaporiyia y Jersón). El principio rector sigue siendo claro: no se puede financiar la paz con dinero incautado ilícitamente.

El plan también contempla un grupo de trabajo conjunto sobre seguridad, la prórroga de tratados de control nuclear, la supervisión internacional de la central de Zaporiyia con reparto equitativo de energía, programas educativos contra el racismo y el nazismo, y el reconocimiento de facto de Crimea, Lugansk y Donetsk como territorios rusos. Jerson y Zaporiyia quedarían congelados en la línea de contacto, y se establecería una zona neutral desmilitarizada en Donetsk.

La OTAN jamás propuso un plan de paz, solo dio armas y dinero para prolongar la guerra

Rusia garantizaría el libre uso del río Dniéper y el transporte de grano por el Mar Negro. Un comité humanitario resolvería las cuestiones pendientes con intercambio de prisioneros y reunificación familiar. Ucrania celebraría elecciones en 100 días, todas las partes recibirían amnistía total y el acuerdo sería jurídicamente vinculante, supervisado por un Consejo de Paz encabezado por Donald J. Trump. El alto el fuego entraría en vigor inmediatamente tras la aceptación del memorando.

Resulta evidente que Ucrania no quiere firmar la paz y prolonga el conflicto en perjuicio de su propio pueblo. En ese escenario, bien podría ocurrir que Estados Unidos firme por ella, tal como sucedió en 1953 en la Guerra de Corea, cuando Washington estampó su rúbrica en nombre de Corea del Sur para poner fin a las hostilidades. La historia demuestra que, cuando los gobiernos se niegan a asumir la realidad, las potencias terminan decidiendo por ellos.

 

El plan de paz de Donald Trump es, en definitiva, la primera propuesta seria para detener una guerra que amenaza con arrastrar al mundo entero

 

Como advirtió Henry Kissinger: “La moderación en la política es indispensable, porque sin ella la paz es imposible”. Con esta sentencia, el gran arquitecto de la diplomacia de la Guerra Fría recordaba que los conflictos no se resuelven desde la pasión ni la ideología, sino desde la capacidad de negociar, ceder y reconocer límites.

La paz exige concesiones mutuas y un equilibrio de intereses, porque los extremos solo prolongan la violencia. Esa visión pragmática es la que hoy encarna Donald Trump con su plan de paz, al plantear un camino realista que busca detener la guerra mediante acuerdos verificables y compromisos concretos, en contraste con la radicalización que ha dominado el discurso occidental.

Las primeras reacciones fueron inmediatas: Putin saludó la iniciativa como “un paso hacia la racionalidad”, mientras Zelensky, presionado por sus aliados, se mostró reticente pero admitió que “cualquier propuesta que evite más muertes merece ser estudiada”.

Mientras Europa y la OTAN jamás propusieron un plan de paz y se limitaron a enviar armas y dinero, alentando la muerte de millones de ucranianos, Trump se atrevió a poner sobre la mesa una salida negociada.

El plan de paz de Donald Trump es, en definitiva, la primera propuesta seria para detener una guerra que amenaza con arrastrar al mundo entero. Es un documento que combina firmeza, pragmatismo y visión histórica. Y es también un recordatorio de que la paz no se construye con propaganda ni con armas, sino con valentía política y con la voluntad de decir la verdad.


*Premio Mundial de Periodismo «Visión Honesta 2023»


 

 

 

 

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