El Día de la Madre es una fecha hermosa, emotiva, de dulces y tiernos recuerdos, de acrecentada y resplandeciente gratitud hacia quienes no están con nosotros, pero que, sin embargo, nos siguen acompañando y dando valor a nuestra existencia.
Pasado y presente. Vida y muerte; una mágica simbiosis espiritual, única, irrepetible, se produce en esa relación, como si el cordón umbilical se mantuviera conectado para siempre entre madres e hijos.
Están a nuestro lado en las oraciones, en la evocación de momentos dramáticos de la vida, pero también de alegría. Simplemente no se van, nunca lo harán.
Recuerdo una pequeña historia sobre un hijo pérfido contratado para asesinar a su madre y traer, como prueba, el corazón en una caja. Así lo hizo, y después de cometer el crimen inició la caminata de retorno para entregar la prueba de su maldad. En el camino, el delincuente tropieza, cae aparatosamente y la caja se abre. En el suelo, golpeado, el asesino escucha una tierna y angustiada voz que, desde el interior del ensangrentado cofre, pregunta: “Hijito, ¿te hiciste daño…?”.
Recordemos que en el Perú el Día de la Madre se instituyó por admirable iniciativa de un grupo de estudiantes sanmarquinos agrupados en el “Centro Universitario Ariel”, que integraban poetas, escritores e intelectuales de vanguardia. Mi padre, Carlos Gonzales Posada, alumno de la Facultad de Derecho, formaba parte de ese grupo con su entrañable amigo y después compañero de partido, Carlos Alberto Izaguirre, entre otros jóvenes.
En una de las asambleas, los arielistas acordaron dirigir una carta al presidente de la República, Augusto B. Leguía, solicitando la consagración oficial de esa fecha. La propuesta fue transmitida al gobierno por C. A. Izaguirre, persona honorable y sensible o, como diría Luis Alberto Sánchez, “caritativa e idealista, bondadosa y mística”, que no se reponía del reciente fallecimiento de su progenitora.
Para los promotores de la iniciativa constituyó una grata noticia ver publicada en el diario oficial la Resolución Suprema 677, del 12 de abril de 1924, con el siguiente texto: Vista la solicitud que formula el “Ateneo Universitario Ariel” de esta capital, sobre la constitución del “Día de la Madre”. Estando a lo acordado. Se resuelve: Declarar día solemne, bajo la denominación de Dia de la Madre, el segundo domingo de mayo”.
A ellos, a los arielistas y al presidente Leguia, va nuestro recuerdo y gratitud por haber escrito una página de bondad en la historia de la República.
Un comentario en «DÍA DE LA MADRE: UNA HISTORIA DE AMOR»
Cuando de joven -e incluso ya mayor- moría la madre de un familiar o de un amigo. solía decirles “lo lamento mucho y créeme que al partir una madre, siento como que se va también una parte de la mía”. Lo paradójico de esas sinceras palabras era que yo creía que mi madre sería inmortal … más también “se fue”. Entonces ahora les digo (y me digo) “tu madre siempre vivirá” y secretamente lo confirmo: una madre nunca muere y es así que si se vuelve “inmortal”.
Cuando de joven -e incluso ya mayor- moría la madre de un familiar o de un amigo. solía decirles “lo lamento mucho y créeme que al partir una madre, siento como que se va también una parte de la mía”. Lo paradójico de esas sinceras palabras era que yo creía que mi madre sería inmortal … más también “se fue”. Entonces ahora les digo (y me digo) “tu madre siempre vivirá” y secretamente lo confirmo: una madre nunca muere y es así que si se vuelve “inmortal”.