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HOMENAJE A DOMINGO GARCIA BELAUNDE Y ERNESTO BLUME FORTINI

Por Aníbal Quiroga León

Solo nos queda decir a ambos, por igual, ¡¡¡¡¡muchas gracias!!!!!

Queridos Domingo y Ernesto.

 Estimados amigos y colegas

 En el lenguaje Cervantino se señala que: “Es de bien nacido, el ser agradecido…”

Nos encontramos reunidos esta noche alrededor de un sentimiento común que nos hermana: la gratitud.

Es la gratitud del discípulo hacia el Maestro. La gratitud del amigo al hermano mayor. La gratitud hacia aquel que con enorme generosidad nos ha prodigado sus enseñanzas y su ejemplo de vida.  A aquel que nos ha precedido en esta andadura, enseñándonos el camino recorrido y el que aún queda por recorrer.

No por nada el Papa Francisco enseñó que hay tres palabras capitales que siempre deben preceder nuestras vidas: PERMISO, GRACIAS, DISCULPA.

En este caso, nos hemos congregado alrededor del significado de la segunda de estas acepciones.

Y en este momento, por ello mismo, quisiera recordar con Uds. las enseñanzas del insigne historiador Jorge Basadre en los Fundamentos de la Historia del Derecho Peruano, cuando -desde su altura intelectual- nos indicó que:

“En países de mentalidad sísmica, es fácil hallar poetas, políticos, oradores. La aparición de juristas es un fenómeno de sedimentación ulterior. El Perú, país contradictorio, los ha tenido, a pesar de todo. Riqueza de subsuelo, sin el abono de calores multitudinarios ni belleza ornamental…”

Domingo y Ernesto, cada uno en su propia individualidad, pero cada uno por igual, calzan perfectamente en esta definición. Ambos, en las vías paralelas que sus vidas representan para nosotros, constituyen actuales referentes de lo que es ser jurista, ser constitucionalista, ser abogado, ser maestro universitario, ser demócrata y ser amigo fraterno.

Por eso, impulsado por mis afanes procesalistas, también me parece importante recordar las enseñanzas de Eduardo J. Couture, cuando, prologando a Piero Calamandrei, dijo -a propósito de lo que debe ser una Escuela de Derecho- que:

«De escuela puede hablarse, solamente, cuando en torno a una Universidad o a un instituto se forma un conjunto tal de estudiosos que dan a su labor el mismo sentido de cooperación que en otros órdenes de la vida asegura el triunfo de los mejor organizados.

Para esto es menester reunir muchas cosas.

Se necesitan, ante todo, maestros. No bastan una, dos o tres figuras estelares: sólo decenas de maestros auténticos hacen una escuela. Se requiere, asimismo, una tradición (…) Es menester, también, tener jóvenes que posean conciencia de su misión. (…) Escuela sin jóvenes no es escuela, porque sólo los jóvenes junto a los mayores hacen el cúmulo de sabiduría y de poder que la vida demanda. (…) Solamente cuando un país logra reunir todas estas cosas, (…) puede proclamar que tiene una escuela”.

Creo que nosotros, bajo el impulso de figuras señeras como Domingo y Ernesto, al lado de otros tantos juristas de nota, nos han permitido a sus discípulos, formar una verdadera escuela jurídica.

Al cabo de haber recorrido un cuarto del Siglo XXI, podemos afirmar sin temor al yerro o a la hipérbole que, a la luz de Couture, que claramente tenemos una Escuela de Derecho Constitucional y Procesal Constitucional, con una pléyade de Maestros, mayores e intermedios, jóvenes profesores y discípulos que cada día exhiben mayor agudeza, profundidad, calidad y empeño en su labor de investigación y docente. Domingo y Ernesto constituyen dos de los principales referentes de esa Escuela en el Perú.

Uno, jurista consumado y docente por vocación, cuenta con una vasta biliografía que ha sido reconocida e indiscutida a nivel nacional e internacional, trascendiendo fronteras físicas y conceptuales, habiendo llegado a la máxima categoría académica y al reconocimiento intelectual sin cortapisas.

El otro ha llegado a ser presidente del Tribunal Constitucional, nuestra máxima ágora de la interpretación constitucional, de la defensa de los valores y principios en que se fundan nuestra república y en la preservación de los derechos fundamentales que deben preceder nuestra forma de organización societaria. Exviceministro de Justicia, actor político y referente de la defensa constitucional y democrática en los medios de comunicación. Ambos, con variación de estilos, exhiben medio siglo de docencia universitaria, una culta prosa y un manejo prolijo del lenguaje que denota, claramente, una sólida formación cultural y humanista de base.

Domingo, por lo demás, nos apabulla con una singular biblioteca personal que es un claro ejemplo de dedicación académica y de permanente investigación.

Conocí a Domingo en las aulas de la Facultad de Derecho de la PUCP, siendo yo aún estudiante y él joven profesor de la pléyade de los “wisconsin boys”. Mi carrera estuvo atravesada por la historia del final del gobierno militar de la segunda fase, el retorno a la democracia, la Asamblea Constituyente de 1978, la nueva Constitución de 1979 y la instalación de un nuevo gobierno democrático, con esa nueva Constitución, en 1980.

Gracias a él pude entender las iniciales complejidades del “control difuso”, al lado el control concentrado que recién se inauguraba, en esto que inicialmente llamó un “modelo dual de justicia constitucional” en el Perú, y que ahora entendemos ha trocado hacia un sistema mixto de control constitucional en el Perú.

Fue él quien me refirió a principios de 1979 la obligada lectura de Héctor Fix-Zamudio, quien luego deviniera en un Maestro a la distancia. Nuestra amistad creció, se afianzó, se consolidó hasta que, en 1990, con su auspicio, publicamos el pionero primer colectivo en el Perú, en el Fondo Editorial de la PUC, llamado: “Sobre la Jurisdicción Constitucional”, que Domingo animara con particular interés y generosidad. De allí hasta ahora, casi medio siglo después, nuestra amistad se ha profundizado, enraizado y hermanado. Es, claramente, un hermano mayor que aconseja, enseña, ayuda y riñe -cuando la ocasión lo amerita-. Pero, como buen amigo, sabe escuchar y comprender con casi infinita paciencia.

A Ernesto lo conocí más o menos al mismo tiempo, más en la lejanía: en el ejercicio profesional. Abogado, versado, estudioso, brioso y excelente orador. Ha fundido el ejercicio profesional con la docencia, en que la también ha acumulado casi medio siglo. Y en el activismo político. En alguna ocasión, inclusive, hemos estado en trinchera opuestas. Pero su decencia siempre supo diferenciar lo profesional de lo personal.

Un verdadero caballero, como los de antaño. Su vocación por el derecho constitucional lo llevó, por derecho propio, al Tribunal Constitucional del cual fue un excelente e indiscutido Magistrado y del cual llegó a ser su presidente. Valiente y esclarecedor, le dio solera, respeto y brío.

Supo, desde allí, defender los más preciados valores constitucionales en momentos en que nuestra Constitución fue exigida casi hasta el límite. No solo los abogados litigantes damos fe de ello, también sus múltiples colaboradores en el TC -muchos hoy aquí presentes- dan plena fe de ello. Sobre todo, fue un valiente faro de luz en medio de oscuridades constitucionales en un colegiado -el que le tocó en suerte- ciertamente complejo. Algunos creen que esta situación limitó sus capacidades. Tal vez. Yo considero que, sin su presencia, la del Dr. Augusto Ferrero, (QEPD) y la de José Luis Sardón, la vida del Tribunal Constitucional de aquellos días hubiera entrado en pronóstico reservado.

Por eso, ambos coinciden en una ejecutoria docente -sin mácula- de medio siglo.

De ambos se podría decir, como se dijo un día de Calamandrei respecto de Chiovenda y Cappelletti: Maestros de discípulos, y discípulos de Maestros…

Y de ambos podría decirse también, parafraseando a Machado, que son dos muy buenos Maestros, muy buenas personas y muy buenos amigos, en el buen sentido de la palabra.

Domingo siempre enseña: lo bueno, si es breve, es doblemente bueno. Espero no haberme ganado un nuevo jalón de orejas…

Solo nos queda decir a ambos, por igual, ¡¡¡¡¡muchas gracias!!!!!

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