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OPINIÓN/ El funcionario que marcó la diferencia

Escribe: Alexandre Ridoutt Agnoli

 

Después de años de indiferencia municipal, una acción correcta bastó para demostrar que el cambio empieza por la conciencia de quien asume su responsabilidad.

Es increíble, pero en nuestro país parece que uno tiene que tener una amistad dentro de una entidad del Estado para que recién atiendan las solicitudes o reclamos. En mi caso, tuvieron que pasar más de diez años y tres gestiones municipales en el distrito de Surco para que finalmente me hicieran caso y atendieran una denuncia por la invasión de las veredas frente a los pórticos de ingreso y por el abandono total de la berma frontal un colegio ubicado en una zona residencial del distrito.

Durante todo ese tiempo, el colegio vivió en su propia burbuja, totalmente indiferente al impacto negativo que generaba en el vecindario que lo acoge. Se preocupan únicamente porque sus instalaciones internas luzcan impecables, pero el entorno público pareciera que nunca fue su problema.

Si todos los vecinos actuáramos con la misma indiferencia, sin cuidar los jardines ni las áreas públicas frente a nuestras casas, edificios o locales, ¿se imaginan en lo que se convertiría la ciudad?

En fin, eso quedará en la conciencia del director, los profesores, los padres de familia y los alumnos.

No tenemos por qué agradecer a las autoridades por hacer su trabajo, porque cumplir con su deber no es un favor, es una obligación. Pero sí quiero expresar mi respeto y reconocimiento al funcionario público que, esta vez, actuó con conciencia y responsabilidad ciudadana. Cuando algo está mal o existe abuso de autoridad ya sea de una persona natural o jurídica, se debe actuar de inmediato y corregir.

La impunidad del desorden urbano

Lo lamentable es que esto no es una excepción: lo vemos todos los días, en cualquier distrito, avenida o calle del país. El abuso, el desorden y la falta de autoridad se han vuelto tan comunes que ya nos hemos acostumbrado a convivir con el caos; y cuando alguien reclama, lo miran como si fuera un ser extraño.
Las empresas privadas de telecomunicaciones, electricidad, agua y desagüe y todas aquellas que intervienen en servicios básicos parecen contratar personal o constructoras de quinta categoría, que rompen veredas y pistas con total impunidad.

Con la venia o colusión de las autoridades, realizan trabajos de pésima calidad, abren excavaciones sin señalización, dejan obras inconclusas o, si las terminan, los acabados son tan deficientes que a los pocos meses vuelven a aparecer los huecos. Los que pagan las consecuencias somos los conductores y los peatones.

Así como el Estado exige a los ciudadanos pasar la revisión técnica de sus vehículos cada año, también debería exigirse a los gobiernos nacional, regional y municipal una “revisión técnica” de sus pistas, veredas, carreteras, parques y jardines, para garantizar que los ciudadanos puedan transitar con seguridad en todo el territorio.

La cultura del abandono y la basura

Pero el problema no termina ahí. Si recorremos cada ciudad y tomamos fotos de su estado actual, podríamos montar una exposición en cualquier galería del mundo titulada:

 

“La indiferencia hecha costumbre”.

 

Sería una muestra sobre cómo la falta de fiscalización y sanción de las autoridades, sumada a la irresponsabilidad y falta de educación cívica de muchos ciudadanos, ha convertido nuestras ciudades y calles en basureros públicos.

Vemos montículos de basura y desmonte arrojados donde a alguien se le ocurrió, solo por no caminar unos metros hasta un contenedor. Otros, más descarados, dejan sus bolsas en las bermas centrales de calles y avenidas o, peor aún, en las canastillas que los vecinos colocan con buena voluntad para mantener el orden.

Y ni hablar de los que, luego de hacer remodelaciones, arrojan los restos de su obra frente a la casa del vecino o al costado de una calle, avenida o carretera, por ahorrarse unos soles en llevarlos al botadero autorizado.

Con esas imágenes, sin duda ganaríamos el premio a la ciudad más sucia e indiferente del continente. No clasificamos al Mundial de fútbol, pero en este campeonato de la indiferencia y la irresponsabilidad ocupamos el primer lugar, sin necesidad de eliminatorias.

El reflejo político de nuestra cultura

Ejemplos como estos abundan en todo el país, y los vivimos a diario mientras los responsables no hacen nada.

Si en Lima sede del gobierno central y del mayor movimiento económico del país vivimos en medio de este caos, ¿qué podemos esperar de las provincias y pueblos donde el Estado ni siquiera llega?

Los resultados electorales de los últimos años son el reflejo de esa misma cultura: la misma basura sin seleccionar que arrojamos en las calles, la depositamos en las urnas… ni siquiera nos tomamos la molestia de reciclarla.

Con honrosas excepciones, seguimos eligiendo a los mismos personajes amorales, nefastos, corruptos o encantadores de serpientes que ya ocuparon cargos públicos y no hicieron nada; o peor aún, a quienes sí hicieron algo, pero mal, con el único propósito de llenar sus bolsillos y financiar su próxima campaña.

A ellos se suman ahora los nuevos aventureros de la política, convertidos en tiktokeros de ocasión, que buscan votos a golpe de cámara y frases vacías, seduciendo a una generación de jóvenes que, por falta de educación cívica o memoria histórica, muchas veces no distingue entre un discurso populista y una propuesta responsable.

Y lo más preocupante es que, cuando algunos de estos jóvenes son entrevistados en las calles, durante marchas o protestas donde deberían expresar reclamos legítimos y conscientes, demuestran no tener idea de lo que significa civismo, ni de las heridas que el país aún carga por culpa del terrorismo, la corrupción y la violencia política.

Nadie les contó esa historia en casa, ni el Estado se preocupó por enseñársela en las escuelas.

El país no va a cambiar mientras no cambiemos nosotros mismos. Salvo contadas excepciones, en el Perú no estamos construyendo ciudades planificadas ni gestionadas por autoridades profesionales y competentes. Cada cinco años, los invasores de terrenos y los corruptos de siempre imponen las reglas; coludidos con las autoridades, alteran las zonificaciones urbanas a cambio de coimas, levantan urbanizaciones improvisadas y convierten nuestras ciudades en pueblos miserables donde el desorden y la delincuencia reinan.

Epílogo: la reconstrucción moral pendiente

El verdadero problema del Perú no está solo en la economía, ni en la política, ni en la infraestructura.

Está en nuestra cultura cívica destruida, en la doble moral de muchos políticos y en la indiferencia cotidiana que nos hace tolerar lo intolerable.

Cambiar esto no requiere milagros ni discursos grandilocuentes, sino educación, ejemplo y la simple decisión de dejar de mirar hacia otro lado.

Ojalá que el año 2026 nos encuentre con una verdadera conciencia cívica, capaces de votar no por simpatía ni por romanticismo, sino con memoria y responsabilidad.

Porque un personaje sin pasado honorable ni presente coherente solo puede poner en riesgo nuestro futuro, y ya no podemos darnos el lujo de repetir, por cinco años más, los mismos errores que nos han traído hasta aquí.

 Nos quejamos de los corruptos, pero seguimos abriéndoles la puerta del poder con nuestro voto.

 

“No es la política la que hace a un candidato convertirse en ladrón, es tu voto el que hace al ladrón convertirse en político.”

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