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OPINIÓN/ El silencio sobre la seguridad operacional en Chinchero

Escribe: Alexandre Ridoutt Agnoli

 

Congreso sin preguntas, funcionarios sin respuestas

 

La reciente sesión de la Comisión de Transportes del Congreso volvió a desnudar una debilidad institucional que le cuesta caro al país: la falta de preparación y rigor técnico de quienes deberían fiscalizar proyectos estratégicos de interés nacional.

Uno de los invitados fue el Director de la Dirección General de Aeronáutica Civil (DGAC), quien centró su exposición en describir avances de obras civiles en el nuevo aeropuerto de Chinchero la torre de control, el cerco perimétrico y otras infraestructuras, omitiendo lo esencial: la viabilidad de los despegues en condiciones críticas de gran altitud.

El funcionario habló con entusiasmo de inversiones por más de 3,500 millones de soles, anticipando otros 300 millones adicionales, pero guardó silencio sobre el Estudio de Seguridad Operacional (ESO) que debería garantizar que los aviones podrán despegar con seguridad, incluso en el escenario crítico de falla de motor al despegue.

Dos discursos, cero sustentos

Lo más preocupante no es solo lo que se calla, sino lo que se dice. En una entrevista anterior, el mismo Director había afirmado que serían los fabricantes quienes deberían construir aviones “adaptados” para operar en Chinchero.

Y ahora, en el Congreso, aseguró sin más que “podrán operar aeronaves desde cualquier punto de Sudamérica”. Dos versiones contradictorias, ambas carentes de evidencia y sustento técnico.

Congreso complaciente o cómplice

El contraste resulta indignante: mientras se juegan miles de millones en recursos públicos y el futuro del turismo en el Cusco, ningún congresista presentó un cuestionario técnico previo. Nadie preguntó por la gradiente de ascenso, por las limitaciones de carga que afectarán a las aerolíneas y podrían encarecer los pasajes, ni por las simulaciones que deberían validar la operación segura del aeropuerto. Tampoco exigieron opiniones independientes ni confrontaron al funcionario con las críticas de la comunidad aeronáutica.

El Congreso, en lugar de ejercer control político, se comportó como un espectador pasivo, legitimando con su silencio o complicidad una presentación superficial que confundió ladrillos, fierro y cemento con seguridad aérea. Peor aún, permitió que el Director de la DGAC actuara más como ingeniero civil que como la máxima autoridad responsable de garantizar la seguridad operacional en el país.

Entre la decepción y la esperanza

La omisión no es solo de la DGAC; es también del Parlamento, que renuncia a su deber de fiscalización y deja que los funcionarios se refugien en discursos fáciles y vacíos. Así, el país se queda sin respuestas a la pregunta de fondo: ¿pueden despegar los aviones con seguridad de Chinchero, o estamos construyendo un monumento a la improvisación y al despilfarro?

Pero nada está perdido. El 2026 ofrece una oportunidad para corregir el rumbo. El Perú necesita un gobierno de profesionales comprometidos con la nación, que entiendan que gobernar no es improvisar ni repartir favores, sino planificar, evaluar y decidir con rigor técnico y ética pública.

La aviación, como la patria misma, no resiste la improvisación. Y aunque hoy prevalezca la indignación, también es momento de esperanza: la esperanza de que el país despierte, que exija profesionales de verdad y que recupere el rumbo que merece.

 

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