Veremos si dura más que la Generación del Bicentenario.
Algunos tuvimos la suerte de nacer en los 50 del siglo pasado y fuimos beneficiarios presentes de la música de Los Beatles y de Fania All Stars, por citar un par de ejemplos diversos. También leímos en directo a lo mejor del Boom Latinoamericano y, en el Perú, vimos a nuestra selección clasificar a cuatro mundiales. Pero también asistimos a una época dorada del cine. Recuerdo mucho una película de Costa-Gravas que se llamó Z, cuyo contexto era la dictadura militar en Grecia de aquel entonces y que rememoraba a un líder liberal asesinado, cuyo recuerdo estaba plenamente vigente. Z era el sintagma que lo identificaba y significaba “él vive”. Fue una de las películas más imponentes del cine europeo, con magistrales actuaciones de Jean Louis Trintignac e Yves Montand.
Cuento esto porque la letra Z está de moda nuevamente y nomina a una Generación, que se autoconvoca por redes sociales y logra concentrar, por ahora en el Perú, unos cuantos cientos de jóvenes los fines de semana para exigir la vacancia de Dina y el cierre del Congreso, entre otras cosas. Es casi como la Generación del Bicentenario, sólo que el Bicentenario ya pasó y aquella generación ya se extinguió.
Los medios internacionales hablan de la rebelión de la Generación Z en el Perú y empatan su movilización con la producida en Nepal, que prácticamente derribó al gobierno de ese país. Veamos qué es verdad y qué no. Llamemos a Descartes en nuestra ayuda.
Es verdad que cientos de jóvenes se vienen manifestando los tres últimos sábados y domingos y que probablemente lo sigan haciendo, cada vez con más virulencia. El Ejecutivo y el Legislativo se han ganado a pulso el desprecio social con su persistente inconducta. Pero entre eso y la destrucción de las instituciones democráticas hay una distancia enorme, más aún cuando faltan apenas seis meses y sencillo para tener nuevo gobierno. Es altamente probable que quienes saben que tienen cero posibilidades electorales pretendan hacerse del poder por otras vías.
Sumemos a esto la coincidencia de la justísima protesta de los transportistas, cotidianamente víctimas de extorsión y sicariato. Agreguemos la demanda, ya no tan justa, de los mineros ancestrales, artesanales, informales e ilegales en una mezcla explosiva de ingredientes diferentes. Aumentemos otras protestas sociales, como la de los pescadores artesanales, que pueden sentirse convocadas. Todo ello, cronológicamente junto, puede poner en jaque el proceso electoral e incluso el sistema democrático, tan putrefacto ahora como sus putrefactores de hoy.
Sin embargo, confundir una y otra cosa es un grave error. Cierto es que no nos sentimos representados, cierto es que la población rechaza mayoritariamente las opciones que ante ella se presentan, pero recordemos que somos nosotros los que votamos y que lo que elegimos es esencialmente nuestra responsabilidad. Así que, para comenzar, votemos mejor. Y eso comienza por escuchar e informarse, no por dejarse llevar por consignas fáciles ni por renunciar a pensar.
Entonces pensemos: ¿quién está detrás de todo esto? ¿quién es capaz de articular el caos para hacerse del poder por vías violentas? ¿quién nos convoca al desorden porque no tiene opciones electorales? No permitamos que una minoría activa se imponga sobre una enorme mayoría pasiva? Probablemente tengamos que elegir lo menos malo esta vez. Pero podemos poner la agenda y podemos demandar su cumplimiento desde el primer día. La democracia es de todos o no es de nadie.
Respetar la ley no significa que no se la pueda cambiar DENTRO DE LA LEY. Procuremos el orden, al mismo tiempo que preservamos la participación activa de la ciudadanía. Serenémonos y rechacemos a los que proponen confrontación. Sin insultos, con modales democráticos; sin agresiones, con diálogo productivo.
No sé quiénes conforman la Generación Z, sí sé que en Nepal estalló porque un gobierno emparentado parcialmente con Sendero Luminoso prohibió el uso de las redes sociales y que alguna mente siniestra ha decidido convertirla en un fenómeno internacional. Veremos si dura más que la Generación del Bicentenario.