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FARISEOS A LA CARTA

Por: César Campos R.

Nada más patético en nuestro escenario que la farsa impuesta como retrato de aparente promoción cívica, constitucional y democrática por parte de un grupo de personajes íntegros e identificados con la ley, avasallados por otro siniestro, autocrático y vil que babea triunfos pírricos, los cuales pronto serán desconocidos por la comunidad internacional civilizada.

Lo cierto es que ya llevamos casi dos décadas de franco deterioro institucional desde la lenta pero efectiva emergencia de poderes fácticos compelidos a voluntad hacia el propósito de imponer sus agendas al Estado sin pasar por el tamiz del voto popular ni representando un credo político determinado.

Además, caímos en la tentación del fetiche de un crecimiento económico que supuestamente corría en cuerda separada del desenvolvimiento político, torpe ilusión que hoy nos pasa una enorme factura. La banalización del sistema de libertades, sobre todo en el ámbito electoral (permitiendo la fácil existencia de muchos partidos caudillistas y sin identidades ideológicas ni programáticas) y luego en los diques impuestos al diálogo constructivo (por la ojeriza caviar a los fujimoristas y apristas), dibujó lentamente este clima de encono y fundamentalismos que ya nos colocó en un hoyo profundo y para muchos insalvable de degradación corporativa.

Lo reitero: aquí no hay pugna de buenos y malos, de justicieros y bandidos. Vivimos un “sálvese quien pueda” con bandos definidos en una extrema polarización que ansían el poder absoluto, hiriendo la esencia de la democracia que dicta separarlo y compartirlo.

Por ello solo provoca conmiseración quienes han rasgado sus vestiduras esta semana precedente debido a la renuncia de Alberto Otárola al premierato y la designación de Gustavo Adrianzén en su reemplazo, así como la inhabilitación de dos integrantes de la ya desdibujada Junta Nacional de Justicia.

Ni la caída de Otárola (por muy vergonzoso y sicalíptico que sea el motivo) mueve las agujas del proceso inercial en el que estamos embarcados y mucho menos el ascenso de Adrianzén constituye el necesario “refresco” para un gobierno que sobrevive encadenado a un Parlamento con similar aspiración de supervivencia. Ni siquiera la cotización del dólar sufrió alteraciones como sucedía antaño por un cambio de jefe del gabinete ministerial.

Tampoco la sanción a Inés Tello y Aldo Vásquez acarreará la guerra del fin del mundo proclamada por los sectores afines a ellos pues su crédito de rectitud e imparcialidad se agotó con la suspensión express de la fiscal Patricia Benavides (basado en dichos y sin elementos materiales que probaran su inconducta) y aun mucho antes con la vista gorda que hicieron en los casos de las fiscales Sandra Castro y Rocío Sánchez (las que se reunieron clandestinamente con Martín Vizcarra el 2018) para quienes solo recomendaron al ministerio público “una sanción de menor intensidad”.

Tenemos fariseos (seguidores de una secta judaica que aparentaba rigor y austeridad, pero eludía los preceptos de la ley y, sobre todo, su espíritu. RAE) a granel, al gusto de quien quiera. Fariseos a la carta.

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