(El Montonero).- Las oenegés del Perú, con el apoyo de algunas sedes diplomáticas, a cualquier costo pretenden evitar que el Congreso sancione una ley que incremente los procesos de fiscalización y control de los recursos que estas entidades reciben del exterior. ¿Es posible una discusión de este tipo? Es decir, una forma de organización civil que le dice al Estado, al sistema republicano, algo más o menos así: “Sabes que debemos controlar y sobrerregular a los partidos políticos y las empresas privadas, pero a las oenegés no las toques para nada. Ni con el pétalo de una rosa”. Ese parece ser el mensaje.
El Congreso debe aprobar ley que fiscaliza recursos de las oenegés
La posición de las oenegés es inaceptable para cualquier peruano de buena voluntad que pretenda construir un sistema republicano en que las mayorías –a través de partidos políticos– elijan a los poderes soberanos y luego se organice un sistema de gobierno de instituciones en que se controle el poder. En la práctica desde las oenegés, invocando una argumentación que no resiste el menor análisis, como el de la participación ciudadana y la partición de la sociedad civil en los asuntos públicos, se dice que se organice una aristocracia sin controles que defina las principales políticas públicas.
¿Por qué la cerril oposición al dictamen de la Comisión de Relaciones Exteriores del Legislativo que propone incrementar las facultades de fiscalización y control de la Agencia Peruana de Cooperación Internacional (APCI) con respecto a los fondos del exterior que reciben de las oenegés? ¿La oposición comienza a despertar suspicacias? ¿Acaso las oenegés reciben fondos de economías ilegales? No lo creemos, aunque no se debería descartar algunas excepciones.
Sin embargo, la principal oposición proviene de los sectores neocomunistas en el Perú que, en las últimas décadas, renunciaron a formar partidos, presentar programas y ganar elecciones porque encontraron en la oenegé la herramienta ideal para seguir desarrollando su lucha anticapitalista y anti occidental. En otras palabras, encontraron una herramienta institucional que nadie controla: ni los electores ni los mercados.
Si nos preguntamos por qué el sistema político se envileció, entró en crisis y desató una de las judicializaciones más brutales de la historia regional y que, finalmente, encumbró a Pedro Castillo en el poder, la respuesta está en las oenegés. Estas entidades impulsaron el llamado Informe Final de la Comisión de la Verdad de las izquierdas y desataron una guerra política con claros rasgos fascistas y religiosos al dividir a los peruanos entre buenos y malos.
Asimismo, si nos preguntamos por qué el Perú no se acercó al desarrollo en el Bicentenario de la República, no obstante que diversos estudios y proyecciones señalaban que si seguíamos creciendo como en la primera década del nuevo milenio –sobre el 6% del PBI– se podía conseguir semejante logro, la respuesta a la interrogante estará en las oenegés. Las campañas de las oenegés en contra de la minería, en contra de las agroexportaciones, en contra de la industria pesquera y la inversión privada, simplemente, frenaron el capitalismo peruano. No solo se detuvieron las inversiones en Conga y Tía María, sino que el relato neocomunista y progresista impulsó una feroz sobrerregulación y burocratización del Estado para frenar “la voracidad de los empresarios enemigos de los trabajadores”.
El resultado de la influencia de las oenegés en las políticas públicas, pues, es el Perú actual.
Si la legislación sobrerregula en extremo a los partidos políticos que ganan elecciones y son castigados por los electores, incluso, con la desaparición de la escena; si la legislación sobrerregula el desarrollo de las empresas hasta casi desaparecerlas y los consumidores encumbran o desaparecen compañías, ¿cómo así los peruanos vamos a aceptar que las oenegés no sean reguladas? Nadie propone que estas entidades desaparezcan, sino que actúen bajo la ley y el control del sistema republicano.
Si el Congreso se inhibe de legislar en el tema, entonces las bancadas mejor deberían proponer que los partidos y el sistema de elecciones se cancelen y se entregue el poder al neocomunismo, a las oenegés.