Todo indica que Boluarte cometerá este año el mismo error y posiblemente no corregido pero sí aumentado. Nuestra presidente está peleada con la eficacia de los mensajes.
No porque la mayoría de peruanos carezca de múltiples razones para protestar contra el gobierno, el Congreso, el inefable poder de la costra caviar enquistada en la Fiscalía y otros, dejaremos de celebrar el fracaso de la movilización convocada para el viernes 19, la cual apenas sumó en Lima unas decenas de ciudadanos.
Y es que bastó saber que dos parásitos políticos como lo son Verónika Mendoza (burócrata oportunista de la izquierda internacional rentada a quien solo le interesa conservar membretes de “ex candidata presidencial” o “líderesa popular” para justificar su circuito) y Martín Vizcarra (prontuariado que pretende eludir la mano de la justicia jugando al supuesto activismo cívico) aparecían como cabezas visibles de la misma, para esquivar semejante chanfaina vocinglera.
El retorno del crecimiento económico (5,8 % abril y 5,04 % mayo), las expectativas para celebrar estas fiestas patrias algo mejor que los años anteriores y la seguridad que el standard de la oferta de aspirantes presidenciales voceados no llena aún el ojo del ciudadano de a pie, consolida además ese clima de resignación que aconseja cuidar el bolsillo sin arriesgar protestas ausentes de objetivos capaces de revertirse al bienestar propio. Triste decirlo pero es real.
Sin embargo, nada de esto coloca al gobierno en situación ventajosa de eficiencia y popularidad. Claramente, no entiende todavía cómo debe articular positivamente su relación con el soberano. En muchos aspectos pero de manera especial el comunicativo.
La presidente Dina Boluarte, por ejemplo, aún mantiene este déficit dejando a sus ministros un amplio campo de exigencia para defenderla y explicarla. Defensa y explicación que llevan a veces a las contradicciones y hasta los disparates, distrayendo la divulgación de las agendas sectoriales.
Y ahora, con motivo del discurso del 28 de julio, Boluarte anticipa un recuento puntual de sus logros, reales y aparentes. Lo mismo que hizo el año pasado, precedida del anuncio superlativo del entonces premier Alberto Otárola quien auguró un “mensaje potente” de la mandataria.
Lo que tuvimos – en vez de una disertación breve, austera en autoelogios o listados de goles, dibujando más bien el empedrado camino que nos aguarda para ver luz al final del túnel – fue un parloteo largo y soporífero, quizás el más insulso que se recuerde en la historia republicana.
Y esa opción pasadista e inconducente de asumir la rendición de cuentas y los compromisos, hizo que el diario GESTIÓN le recordara hace pocos días 15 medidas ofrecidas en tal discurso e incumplidas. Entre ellas reactivar el Consejo Nacional de Trabajo, aumentar el sueldo mínimo, lanzar un fondo soberano de inversión para financiar la infraestructura de salud, etcétera.
Todo indica que Boluarte cometerá este año el mismo error y posiblemente no corregido pero sí aumentado. Nuestra presidente está peleada con la eficacia de los mensajes. Y vale decir que los buenos mensajes también están peleados con Boluarte.