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El Todo y la Parte

Gustavo Blanco Ocharán

gblancociticars@gmail.com

 

Somos uno con la totalidad y quizás sea nuestro único propósito espiritual en la vida física el de trascender para hacer que nuestro espíritu se integre con la energía pura del universo que es amor y vida en abundancia.

 

Cuando nos enfocamos en el ser humano para analizar su comportamiento, observar su evolución, meditar sobre su potencial, admirar su complejidad o sencillamente apreciar su valor e incluso juzgar su accionar, deberíamos hacerlo desde una perspectiva integral y es a partir de esta visión como el relativismo desafía cualquier verdad absoluta que quiera imponerse como norma general, siendo la única regla válida aceptar que “todo, absolutamente todo es relativo”; incluso en términos científicos donde la exactitud y predictibilidad son esenciales, existe un margen de duda ineludible que sorteamos argumentando que “la excepción confirma la regla”.
Si bien cada buscador de la verdad o descodificador de la realidad por muy neutral que pretenda ser suele inclinar su postura -probablemente inconscientemente- para reafirmar sus propias creencias y suposiciones, lo cierto es que el ser humano es y seguirá siendo un misterio y una maravillosa complejidad digna de cualquier excepción; desde donde se gesta la semilla del potencial ilimitado, la creatividad sorprendente, la sensibilidad emocional, el humor, la genialidad y hasta la locura, expresiones que lo diferencian de una máquina o un ordenador por mucha inteligencia artificial que desarrolle o cualquier personalidad ficticia que aparente y mucho menos sin una consciencia viva que en realidad no posee.
Siendo la libertad la esencia del ser humano, cada quien puede construir y vivir en función del paradigma de vida que mejor le trabaje; sin embargo, es en el momento del vacío, la impotencia y la disconformidad de la propia existencia como de alguna manera se cierran las puertas de la realización y el bienestar, este proceso que suele denominarse “la noche oscura del alma”, es la llave que abre la puerta de la felicidad, la plenitud y la trascendencia.
El replantear la visión de nuestra existencia nos conduce a evaluar la función que cumple el todo y la parte que desde una perspectiva espiritual hegemónica sería simplemente considerar dos funciones y denominaciones para una misma totalidad. Esa Totalidad es el Espíritu, único, eterno, invisible, omnisciente, omnipresente, omnipotente, original y creativo que actúa como la fuente desde donde emana la vida en todas sus manifestaciones y expresiones, por eso afirmamos que somos una chispa de aquella divinidad y a partir de ese destello somos uno con ella.
Aquello que nos une es lo mismo que nos diferencia; somos destellos de energía vibrando en diferentes frecuencias a través de la consciencia. La consciencia es el puente entre el cerebro pensante y el corazón intuitivo; por eso debemos ser tolerantes porque si bien queda claro que todos somos uno y compartimos la misma fuente de energía, cada ser humano vibra en su propia frecuencia cuyos variados niveles nos permiten experimentar diferentes estados de consciencia o fluctuar en diversas dimensiones espirituales.
La guerra, el odio, la venganza, el rencor, la avaricia, la lujuria, entre otros son ejemplos de energía vibrando en una frecuencia inferior, una baja frecuencia que nos puede dar poder desmedido, satisfacción esporádica, placer momentáneo o información oportuna pero que en el fondo solo ahondan el vacío y refuerza el sin sentido.
Un conflicto internacional, un abuso, una injusticia, el orden incomprensible de la desigualdad, la falta de oportunidades, la pobreza extendida, los fenómenos migratorios, la violencia contra las minorías, entre tantos, son hechos de la vida diaria que no podemos controlar porque escapan de nuestro radio de acción, no dependen de una decisión personal y si bien colectivamente, la opinión pública tiene poder y creemos que en una democracia los ciudadanos ejercemos el poder a través del voto muchas veces; las estructuras políticas, sociales, tecnológicas, económicas, culturales y religiosas imperantes son mucho más fuertes que los buenos deseos y el sentido común y responden a otros intereses que ejercen control y dominio sobre la población, es cuando la ingenuidad y el romanticismo sucumben frente a la cruda realidad.
Ese mundo exterior capaz de mostrarnos acciones altruistas, generosas y buenas también es el mismo escenario de división, intereses y cálculos materiales posturas que desprecian la condición humana; en ese escenario poco o nada podemos hacer sino que es a partir de la mirada interior, la introspección al mundo propio, al microcosmos que si podemos identificar, educar y controlar a partir del autoconocimiento, la autovaloración, el autocontrol, la autonomía, la autoconciencia y la autotrascendencia, que si son los súper poderes que poseemos que nos permite elegir la frecuencia en la que queremos vibrar.
Somos uno con la totalidad y quizás sea nuestro único propósito espiritual en la vida física el de trascender para hacer que nuestro espíritu se integre con la energía pura del universo que es amor y vida en abundancia.
Aquello donde ponemos nuestra atención es a lo que le estamos entregando nuestra energía; si lo hacemos únicamente en los ineludibles problemas que tiene la humanidad podemos llegar a ser conscientes de la injusticia y la desigualdad que son sinónimos de desánimo, tristeza y preocupación; sin embargo, si hacemos consciente que somos uno con el todo superior y enfocamos nuestra energía en vibrar intensamente con la frecuencia de la paz interior, del amor incondicional y el perdón para que nuestro ser se nutra de la energía que trae abundancia, prosperidad y dicha.
Hay un desafío espiritual que debemos lograr; es el descubrir completamente nuestro ser esencial que significa controlar el ego para fluir y vivir más desde el ser.
California noviembre 19, 2023

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