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OPINIÓN/ El Perú y la memoria negada de su civilización

Escribe: Carlos Jaico

 

La crisis política contemporánea puede leerse también como el síntoma de esa fractura: no hemos reconciliado nuestro presente con la memoria profunda de lo que fuimos.

 

Comprender el pasado no es un mero ejercicio de erudición histórica: constituye una tarea vital para edificar un futuro sostenible. El Perú, con una de las civilizaciones más antiguas y sofisticadas del mundo andino, ha heredado un patrimonio que, en muchos sentidos, sigue sin ser valorizado.

Hegel sostenía que el conocimiento del pasado es condición necesaria para comprender el presente y proyectar el futuro. Sin embargo, en el Perú esa relación con la historia ha estado marcada por una profunda negación. Mientras en Europa se reivindican los orígenes clásicos de Grecia y Roma como pilares de la civilización, en nuestro país se ha intentado borrar o minimizar la grandeza de las culturas precolombinas, reduciéndolas a un estadio primitivo, como si fueran expresiones incompletas de humanidad.

La realidad es otra. En 1492, cuando Cristóbal Colón y sus tripulantes llegaron a América no hallaron un desierto humano ni tierras vacías, sino sociedades en pleno desarrollo: civilizaciones organizadas, con millones de habitantes, sistemas agrícolas avanzados, ciudades planificadas y un orden político-cultural complejo que desmiente la idea de un continente vacío o primitivo.

Así, el Perú fue escenario, entre otros aportes a la humanidad, de una auténtica revolución genética, comparable a la revolución neolítica en Mesopotamia. El dominio de plantas como el maíz, la papa y la quinua, la domesticación de animales y la creación de complejos sistemas agrícolas como los andenes y los canales de riego, constituyen pruebas de una civilización avanzada, capaz de transformar un territorio hostil en un espacio productivo. Tal como los sumerios domesticaron el trigo y la cebada, los pueblos andinos lograron domesticar cientos de variedades de cultivos que aún hoy sostienen la seguridad alimentaria mundial.

No obstante, la narrativa colonial y republicana nos ha enseñado a mirar ese pasado con desdén, bajo la óptica evolucionista de autores como Lewis Morgan, quien clasificó a las sociedades en salvajes, bárbaras y civilizadas. Según ese esquema, América nunca alcanzó la verdadera civilización, y se habría quedado en el estado de barbarie y media. Se aplicó a los pueblos indígenas la teoría del “buen salvaje” de Rousseau, funcionando como un arma de doble filo: los defendió como portadores de una pureza moral, pero a la vez los despojó de su condición de civilizaciones históricas plenas, justificando paternalismos coloniales.

El peso de esa visión todavía nos acompaña: seguimos creyendo que este legado originario pertenece solo a los museos o al folclore, obviando la gran contribución de nuestra civilización a la historia de la humanidad.

Esa negación de nuestra civilización explica en parte nuestras dificultades actuales para construir un proyecto nacional sólido. Un país que desconoce la grandeza de sus raíces tiende a reproducir complejos de inferioridad, a desconfiar de sí mismo y a subordinarse a paradigmas externos. La crisis política contemporánea puede leerse también como el síntoma de esa fractura: no hemos reconciliado nuestro presente con la memoria profunda de lo que fuimos.

Recuperar la noción de que el Perú es heredero de una civilización implica revalorizar con orgullo el conocimiento ancestral, integrarlo con la ciencia moderna y dejar atrás el relato impuesto de barbarie y media. Solo entonces será posible proyectar un futuro propio, donde el progreso no signifique olvidar, sino dialogar con las raíces que nos dieron nuestra verdadera identidad y dignidad.

Un comentario en «OPINIÓN/ El Perú y la memoria negada de su civilización»

  • El texto bajo análisis presenta una reflexión histórico-filosófica acerca de la negación y subvaloración de las civilizaciones andinas en el proceso de construcción nacional. Este planteamiento resulta jurídicamente relevante en la medida en que se vincula directamente con el derecho a la identidad cultural, la igualdad sustantiva y los derechos colectivos de los pueblos originarios reconocidos en el ordenamiento peruano y en el derecho internacional de los derechos humanos.

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