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El atentado en contra de Trump y la feroz polarización electoral

(El Montonero).- Durante un mitin en Butler, Pennsylvania, Donald Trump –expresidente y actual candidato a la presidencia de los Estados Unidos– se salvó de un atentado criminal luego de que una bala le rozó la oreja, dejándolo herido. Las imágenes de los miembros del Servicio Secreto cubriendo con sus cuerpos a Trump, quien levantaba el puño, dieron la vuelta al mundo. El francotirador fue abatido, murió un asistente al evento republicano, y otro quedó gravemente herido.

El progresismo lleva confrontación ideológica al umbral de una guerra civil

Las investigaciones determinarán el nivel de conspiración detrás del atentado. Sin embargo, lo que no se puede negar es el nivel de polarización al que se ha llegado en la sociedad estadounidense, en la que los sectores progresistas y conservadores parecen librar una batalla del fin del mundo. Diversos observadores señalan que la política de la gran nación del norte, de una u otra manera, se ha “latinoamericanizado” por el nivel de confrontación, e incluso, por la judicialización de la política. Los más pesimistas sostienen que los Estados Unidos está llegando al umbral de una nueva guerra civil –tal como sucedió con la Guerra de Secesión a mediados del XIX–y que la unidad de la gran unión americana podría estar en cuestión.

Semejantes predicciones –que pueden caer en el alarmismo– deberían preocupar de sobremanera a quienes creemos que el desarrollo, el avance del capitalismo y la reducción de pobreza deben avanzar junto a la consolidación de instituciones republicanas que controlen el poder y extiendan la libertad. De alguna manera los Estados Unidos ha representado esa combinación de república e imperio que ha posibilitado que las libertades avancen en el planeta.

Ahora bien, ¿por qué Estados Unidos ha llegado a este nivel de polarización? Luego de la caída del Muro de Berlín, en las sociedades occidentales se produjo una ofensiva cultural sin precedentes, por parte de las corrientes progresistas y neocomunistas, y que pretende erosionar las instituciones tradicionales y básicas con las que se ha construido la historia de la libertad: el papel de la familia nuclear, la propiedad privada, los contratos, la religión, los partidos, la empresa y las instituciones republicanas en general. Para estos sectores, “Occidente representa el dominio del hombre blanco, patriarcal y colonizador”, no obstante que luego de la caída del sistema soviético Asia, África, Europa del Este y gran parte de Latinoamérica avanzan a consolidar instituciones que se llamarían occidentales, desarrollan capitalismo y democracia. Hasta China y Vietnam avanzan en capitalismos de Estado.

En los Estados Unidos la revolución cultural que impulsa el progresismo y las alas izquierdas del Partido Demócrata –claramente hegemonizada por corrientes neomarxistas– llega a cuestionar los fundamentos de la gran nación del norte: se demoniza el hecho de la gran unión americana naciera tolerando el esclavismo como si los sucesos del pasado se pudieran juzgar con los ojos y valores del presente. Bajo ese criterio neomarxista todos los libros de Platón y Aristóteles deberían ser pasados por la hoguera.

Sin embargo, la trampa del progresismo es que ignora u oculta que la gran nación americana también desarrolló la Guerra de Secesión, una de las guerras más cruentas de la humanidad, en contra del esclavismo y en defensa de los derechos inalienables del hombre.

Es en este contexto en que todos los sectores que defendemos la libertad y los valores de Occidente debemos comprender la feroz polaridad en los Estados Unidos. La guerra cultural del progresismo está llevando a reventar a las sociedades occidentales desde adentro, mientras avanza el capitalismo de Estado de China y los regímenes no democráticos del planeta.

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