Que haya congresistas que defienden a Castillo es un contrasentido de la representatividad cuando el pueblo en las calles y en las encuestas piden su renuncia.
Pedro Castillo se burló del país con un discurso patrio plagado de cinismo y de falsedades que son su responsabilidad, pero también la del Congreso por mantenerlo en el poder. No tienen los votos, aunque las pruebas de corrupción contra él y su entorno existen. Pérdida de credibilidad del gobernante por su cinismo, pero también del Parlamento por su incapacidad de poner fin a una situación insostenible. La grita de la calle descalifica a uno y otro, ambos bajo fuego de la indignación popular. Las bancadas que lo apoyan afirman que defienden la democracia y les preocupa el país, pero no hablan de las carpetas fiscales en investigación, del entorno en fuga y de las revelaciones de sus cómplices.
Castillo agravia con sus falsedades y su cinismo al pueblo del que tanto habla, el que pide que se vayan todos, incluido su presunto benefactor. No podemos estar peor y el Congreso, sin gesto político de rechazo, ha recibido a un falsario que hace daño al país. Lamentable que la única instancia democrática, a la que podemos exigir soluciones, aparezca neutralizada por intereses espurios. Que haya congresistas que defienden a Castillo es un contrasentido de la representatividad cuando el pueblo en las calles y en las encuestas piden su renuncia.
Nunca estuvimos peor con un presidente en funciones acusado por amigos y cómplices de dirigir una organización criminal, de tráfico de influencias y colusión agravada en licitaciones de obras públicas millonarias. Los parlamentarios de oposición pueden gritar mucho pero su tribuna ha sido vejada. Todavía tienen tiempo para rectificar bajo amenaza de repudio y de ser ignorados en las calles y en los votos. Les toca reaccionar ante el avasallamiento de los poderes Ejecutivo y Judicial y sobre todo representar cabalmente al pueblo.