Ser consciente del valor del perdón nos eleva, nos permite fluir con libertad, nos da la posibilidad de identificar nuestra naturaleza para confundirnos y hacernos uno con la divinidad en Amor absoluto y perdón incondicional.
Una consciencia en crecimiento y expansión fluye bajo la fuente del amor; el amor puro e incondicional, el amor ágape, es la más elevada frecuencia que emana del Creador y trasciende la presencia de todo lo creado, incluyendo la propia existencia física del ser humano que por su naturaleza biológica es efímera y temporal.
El amor incondicional tiene muchas manifestaciones ligadas a la pureza y esencia de la energía en su estado inmaculado; una de esas, muchas veces, incomprensibles expresiones se dan por ejemplo, a través del perdón que asimila el mismo calificativo superlativo que distingue y ennoblece al Amor, nos referimos al atributo de ser incondicional.
La actitud compasiva y perdonadora nace del principio espiritual de no juzgar que se manifiesta a través de la aceptación; un espíritu ascendente comprende, tolera, perdona y acepta no solamente las circunstancias apremiantes, que podemos considerarlas como pruebas, sino y principalmente, asume una predisposición diferente, básicamente tolerante y solidaria frente al prójimo, vale decir, considera a la persona en su esencia como pares con los que interactuamos, aquellos que atraemos como nuestros propios desafíos, reflejos, destellos o espejos.
Para ejercitarse sanamente la práctica del perdón debemos comenzar por evaluar el concepto que tenemos sobre nosotros mismos, entonces recalcamos una vez más, la insoslayable importancia de autoconocernos cada vez más y mejor, como un proceso continuo que incluye la identificación y reconocimiento de nuestras propias sombras.
Es importante hacer consciente la manera como nos tratamos y cómo procesamos nuestros errores, excesos, equivocaciones o simplemente la manera cómo vivimos, cómo actuamos, cómo experimentamos y como fluimos.
Tanto el pedir perdón como perdonar son corrientes que apuntan en una misma dirección, crecer y trascender, de manera que la intención autocompasiva tiene que ser pura y verdadera.
En alguna ocasión le preguntaron a Jesús el Maestro; señor y cuántas veces debemos perdonar, su respuesta fue; 70 veces 7, lo que quiere decir, siempre y en su crucifixión en plena agonía intercede por la humanidad ante el Padre cuando le pide “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen”, tanto el amor y el perdón en su máxima expresión.
En términos de energía el perdón tiene un efecto liberador porque nos quita culpas, pesos y cargas, nos torna más ligeros; el rencor solo da lugar al resentimiento opaca la luz, produce sombra, genera culpa y confusión, nos ancla en el pasado, afectando nuestro crecimiento espiritual.
Cierta vez caminaba un maestro con su discípulo cerca de un riachuelo cuando observaron que un alacrán cayó al agua y se ahogaba, el maestro se acercó y cogió al alacrán y este le incrustó su aguijón en la mano; el maestro lo soltó y cayó el alacrán al agua; el maestro una vez más intentó sacarlo y el alacrán lo volvió a picar; en ese instante el discípulo cuestionó al maestro recriminando porqué si el alacrán lo estaba lastimando el insistía en sacarlo; el maestro suspiró con tranquilidad y le dijo: la naturaleza del alacrán es picar, mi naturaleza es perdonar y salvar; entonces, volvió a introducir la mano en el agua y en esta ocasión con un poco más de cuidado pudo poner al alacrán a buen recaudo.
Ser consciente del valor del perdón nos eleva, nos permite fluir con libertad, nos da la posibilidad de identificar nuestra naturaleza para confundirnos y hacernos uno con la divinidad en Amor absoluto y perdón incondicional.