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EL HORIZONTE

Por: César Campos R.

Soy de quienes adhieren al concepto de que el Perú colonial y republicano siempre fue un país de corto plazo. Que la inmediatez y la satisfacción de los apetitos contingentes dominaron el sistema de toma de decisiones por encima de los planes o proyectos con visión de futuro.

Que fueron poquísimos los gobernantes que honraron esa máxima de Winston Churchill: «El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones».

Frase que hizo suya Alejandro Toledo – digno de la misma por sostener el modelo económico abierto implantado por Alberto Fujimori e inaugurar el ciclo de acuerdos de promoción comercial con otros países a través del TLC con los Estados Unidos – pero la cual se volvió humo en su boca debido a múltiples y repudiables actos de corrupción.

Claro que no es fácil embarcar a muchos en la trascendencia de lo coyuntural y que apuesten por escenarios prósperos del mañana cuando están hundidos en un pozo con agua hasta el cuello.

Gran parte del pueblo hebreo perdió la paciencia con Moisés tras el éxodo y muchos creyeron una utopía aquello de la tierra prometida. Volviendo a Churchill, su apego a la verdad le hizo prometer sólo sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor a los británicos frente al acecho de la Alemania Nazi. Terminada la II Guerra Mundial y pese al triunfo aliado, perdió las elecciones generales ante los laboristas liderados por Clement Attlee.

La crisis post pandemia y post delincuente Pedro Castillo ha puesto a todo el elenco oficial peruano en modo corto plazo ante el dramático retroceso en los indicadores de las inversiones (particularmente, la privada), educación, calidad de servicios públicos, acceso al crédito, turismo y control de la inflación, solo por mencionar algunos. Por contrario, hay aumento en los de pobreza, desempleo, inseguridad ciudadana y falta de oportunidades. La respuesta del aparato estatal, en todos sus niveles, se construye funcionalmente para el día, resignada a lo urgente y con escasa expectativa en el porvenir.

Corresponde al Ejecutivo replantear sus mensajes colocando el factor del sacrificio en la primera fila de la invocación ciudadana. Una cuota de sinceridad lo obliga a dibujar el horizonte caminando antes por un sendero lleno de piedras y dificultades. Ello sin desmedro de resaltar enmiendas y avances que los hay, pero todavía en dimensiones pequeñas. La esencia emprendedora de nuestros compatriotas predispone psicológicamente a la admisión de esta realidad dura y aun así con luz al final del túnel.

Podrían imitarlo gobiernos regionales y locales. En Chancay, por ejemplo, donde el mega puerto eyectará al Perú en el liderazgo de la operatividad comercial del Pacífico para las siguientes décadas y redundará en la generación de empleo para los lugareños.

Del Congreso no espero nada. Es la institución más cortoplacista y la que desprecia las mínimas expresiones de sensatez. Pese a ello, hagamos vigente uno de los gritos más paradójicos de París 68: ¡basta de realidades; queremos promesas!  (Diario Expreso).

 

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