El miércoles pasado circuló en las redes una fotografía en la que se observa a Verónika Mendoza, una de las líderes de la izquierda nacional, desarrollando una exposición con una pizarra detrás de ella. En la superficie del fondo, al parecer, una escritura de la propia mano de Mendoza se lee lo siguiente: Actores sociales y políticos (a favor del pueblo/ contra/ neutrales, ganables). Luego el breve texto señala que las organizaciones de la sociedad civil están a favor del pueblo. No se define el papel de las instituciones del Estado, como dejando en claro que están en disputa.
Verónika Mendoza considera a las empresas mineras enemigas del pueblo
Sin embargo, aquí viene lo estremecedor, lo que deja boquiabierto: se establece que las empresas mineras están en contra del pueblo y se hace un listado, en el que figuran Hudbay, Antapaccay, Las Bambas, Ares y los mineros informales. ¿Qué puede llevar a Mendoza a considerar a las empresas de la minería moderna que pagan impuestos, generan empleo y se han convertido en los principales motores antipobreza y favor de la descentralización, como enemigos del pueblo?
Cuando se observa semejante mensaje, tales escritos, seguramente en medio de un taller político de formación, ¿qué se puede pensar de la identidad ideológica de este tipo de izquierda? Más allá de que la izquierda ha convertido el concepto de “pueblo” en una nueva divinidad, en una nueva metafísica, que se invoca sin mayores razonamientos y considerando su existencia dada por alguna creación, señalar a las empresas mineras como enemigas del pueblo es una barbarie ideológica e intelectual que ni siquiera se condice que las reformas de los comunistas en China y Vietnam, que impulsan el capitalismo de Estado.
Sin embargo, luego de la impresión, queda la visión totalitaria de esta izquierda que, en realidad, considera la reducción de la pobreza y el surgimiento de clases medias como los peores enemigos de sus estrategias de poder. Desde Petro hasta Evo Morales se ha visto cómo se considera a la pobreza el mejor aliado de la estrategia bolivariana. Petro lo dijo con todas sus letras cuando sostuvo que las clases medias se alejan de la revolución, y hoy Mendoza confirma que la izquierda necesita de pobreza, de niños anémicos, de familias enteras sin alimentos para llegar al poder.
Otro de los hechos que merece analizarse es que la izquierda antiminera, que construye los relatos que paralizan inversiones y detienen la producción de minerales, al parecer recibe algún tipo de apoyo de los sectores extranjeros que compiten con las minas nacionales, sobre todo las productoras de cobre. Todos sabemos que con el bloqueo de las minas de Cajamarca alguien gana unos centavitos de dólar por libra en las bolsas mundiales, al margen de que la región cajamarquina se convierta en una de las más pobres del país.
En este contexto, este tipo de izquierda parece ser enemiga de la mayoría de peruanos, de los nacionales en pobreza, del propio país y, de pronto, todo comienza a asemejar a una fuerza de invasión extranjera.
Si el Perú hubiese concretado todos sus proyectos mineros ahora tendría un ingreso per cápita cercano al de un país desarrollado. No lo tiene por las narrativas escritas en la pizarra de Mendoza.