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¿ES POSIBLE UN ENTENDIMIENTO NACIONAL HACIA EL 2026?

Si en el Perú existiesen fuerzas de la centro derecha y de la centro izquierda, sólidamente organizadas y con colectividades partidarias, de alguna manera se encontrarían algunos caminos para enfrentar el actual momento de zozobra nacional, que amenaza con hacer colapsar la frágil institucionalidad y organizar un escenario favorable para una propuesta antisistema. Sin embargo, en el Perú, no hay nada que se parezca a un sistema de partidos, excepto los diálogos entre las bancadas legislativas y las negociaciones con el Ejecutivo.

Anotaciones de una crisis política e institucional que se profundiza

La política ha sido desterrada de tal manera de nuestro proceso público que, por ejemplo, no hay nadie con quien conversar por el lado de la izquierda progresista que, al margen de su escasa presencia electoral, tiene influencia en los medios de comunicación y determinadas instituciones republicanas. En el país no se conversa, no se pacta, mientras las disputas se trasladan a los juzgados y cortes.

Si se tuviese que analizar la principal causa de la crisis actual del sistema republicano sería inevitable referirse a que, a inicios del nuevo milenio, luego del fin del fujimorismo de los noventa, no hubo un acuerdo nacional para reconstruir la institucionalidad y avanzar hacia la consolidación democrática. Muy por el contrario, se multiplicaron los relatos y narrativas que señalaban que un sector del país era la suma de todos los males, y que todos los opositores a este sector eran la representación de todos los ángeles y querubines. Estos relatos, incompatibles con una sociedad democrática, incluso se oficializaron en el informe de la Comisión de la Verdad. Hasta que, cabalgando sobre estas leyendas, llegó al poder Pedro Castillo, el peor candidato de la historia republicana.

Si en la última década el Perú dejó de crecer sobre el 6% del PBI, dejó de reducir pobreza en varios puntos por año y desperdició una extraordinaria oportunidad para arañar el desarrollo, todo podría explicarse por la guerra política y la batalla sin cuartel entre el partido mayoritario del país –es decir, el anfujimorismo– contra el fujimorismo.

Después de la tragedia del gobierno de Castillo –que paralizó el milagro económico del país, aumentó pobreza del 20% a 29% de la población y erosionó la mayoría de las instituciones republicanas–, lo natural y saludable sería que todos los sectores de la centro derecha y la centro izquierda –dentro y fuera del Congreso– evolucionen hacia un nuevo momento político en que sea posible el entendimiento y el pacto. Sin embargo, la extrema fragmentación de la política, la falta de interlocutores en las izquierdas y la idea de que la política se desarrolla, principalmente, fuera de los partidos evita esos acercamientos. En ese contexto, la judicialización de la política se convierte en una fuerza centrífuga que impone los escenarios, y todos siguen guerreando a pesar de los efectos destructivos.

Seguramente se sostendrá que es imposible el acuerdo con un Congreso repleto de mochasueldos y representantes cuestionados, que no se puede pactar con políticos judicializados y otros vicios profanos de los hombres y que, por lo tanto, solo queda “la lucha principista”. Ese discurso es una manera de apostar por la continuidad de la guerra.

En cualquier caso, todavía no ha surgido un sector en el país que apueste por el entendimiento. Si emergiera esta corriente estamos seguros de que, muy rápidamente, se convertiría en mayoría. Toda la sociedad entera sabe que el enfrentamiento político es la principal causa de la falta de inversión, de los bloqueos de los proyectos mineros, agrarios y de las grandes inversiones en infraestructuras. Todos los peruanos empiezan a contemplar el abismo ante la falta de alternativas, y las nuevas generaciones comienzan a soñar con una nueva gran emigración, tal como sucedió en los ochenta.

Nadie se atreve a plantear un camino de convergencias políticas a la espera de un resultado que reorganice el Perú luego del 2026. No obstante, de tanto esperar las elecciones nacionales sin hacer nada podemos convertir esos comicios en un nuevo capítulo de la guerra perpetua que hunde al país.

TOMADO DE: EL MONTONERO

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