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OPINIÓN/ Dónde están los estadistas

NO ATRACO


Escribe: Elmer Barrio de Mendoza

 

Quieren un tip para saber quién no es un estadista además de lo actualmente obvio? Observen si las promesas se cumplen o no y observen a quien hace nuevas promesas luego de haber incumplido las primeras. No hay pierde.

Hace unos días, un amigo me preguntó a quemarropa: ¿Quién es el Primer Ministro en Inglaterra? Por fortuna, acababa de encontrarme casualmente con su nombre, Keir Starmer, y pude responder correctamente. Pero ambos coincidimos en que, a estas alturas los grandes líderes de occidente ya no están. Quizá Tony Blair, sin ser nada del otro mundo, fue el último de los recordables en el Reino Unido. Y así, en el período reciente, en el resto de Europa, salvo Angela Merkel en Alemania (que ya se fue) no hay más.

Estados Unidos sigue siendo la gran potencia pero pesa bastante menos que en los noventa cuando creyó haber instalado el mundo unipolar. Sus presidentes, tras Obama, son pasibles de burla o de desprecio, general o intermitente.

Sin embargo, si preguntamos por Putin o por Xi Jinping, todos podemos identificar con facilidad sus respectivos y potentes roles en la escena internacional actual.
Anoto esto porque parecemos estar ad portas de un importante giro del liderazgo mundial, con todos los riesgos que esto implica.

Dice la RAE que estadista es la persona con gran saber y experiencia en los asuntos del Estado.

Si la pregunta es ¿dónde están los estadistas? pareciera que ya no están donde antes estaban.

¿Y en el Perú?

En el Perú, los estadistas brillan por su ausencia histórica a través de nuestra República. Castilla lo fue, sin discusión. Algunos dicen hoy que Leguía también, quién sabe. Otros fueron estadistas de la forma, como Belaúnde, y habría que llegar al segundo Alan García para atisbar algún símil de estadista, en términos de visión de largo plazo, ejecución consistente y formas elocuentes, lamentablemente ensombrecido por hechos y sospechas de corrupción.

Fujimori no fue un estadista. Fue construyendo sobre la marcha un gobierno autoritario, con picos de popularidad, y tomó algunas decisiones clave con gran intuición. Ya hemos hablado de eso. En sentido contrario, dio un golpe, incurrió en evidente corrupción y despreció los derechos humanos. Tuvo buen olfato y falta de escrúpulos durante largo tiempo. Punto.

Un estadista, ante todo, tiene claro cuáles son los objetivos principales y cuáles los accesorios de su gestión. Y, por supuesto, se concentra en los principales (si puede ser uno solo, mejor). Todo aquel que dispersa su esfuerzo en muchos objetivos, igualando principales y accesorios, está condenado al fracaso. De eso ningún estadista tuvo nunca duda alguna.

Por tanto, los que vinieron cual salvadores desde la ONU, a decirnos que debíamos alcanzar 17 objetivos paralelos, en realidad nos invitaban a fracasar. Y, por supuesto, lo consiguieron… durante un tiempo. Hasta que los nuevos estadistas decidieron poner alto.
La calidad de estadista tampoco es para siempre. Ya vendrán los discriminadores de hoy a comunicarnos que si te gradúas en ciencia política y sigues tres maestrías, dos doctorados y un posdoctorado, entonces (y sólo entonces) podrás ser un estadista. Gran idiotez.
Lo cierto es que la mayoría de los estadistas no supo retirarse a tiempo y dejó de ser estadista porque el poder se volvió un objetivo (la embarraste Vladímir Ílich) cuando en realidad es sólo un gran medio.

Bukele puede dejar de ser el estadista que es hoy (identificó y resolvió el problema principal de El Salvador) y pasar a ser un vulgar dictador si no sabe abandonar el poder.
Bueno, de regreso: ¿dónde están los estadistas en el Perú? Simplemente no hay. Ahora, que parece ser virtuoso descentrarse en 17 objetivos, tampoco va a haber. Nadie puede acometer demasiados objetivos al mismo tiempo.
Itero lo que dije en artículos anteriores: un país seguro, en crecimiento y respetable es lo que tenemos que lograr en el siguiente quinquenio.

Liderazgo colectivo

Alguien, verosímil, deberá disfrazarse de estadista y, como en realidad no lo será, necesitará un equipo visible que, en conjunto, asegure esas tres cosas juntas.
Dónde están las señales de verosimilitud que se requiere. Veamos.

Un gabinete presidido por Julio Velarde (o alguien como él) a la cabeza dotará de respetabilidad a cualquier propuesta política. Un ministro de Economía como Luis Carranza (o alguien como él) fortalecerá la confianza de los agentes económicos en el país. Confieso que no tengo un nombre para infundir la certeza de seguridad que la nación reclama. Debería ser, me parece, el propio candidato (o candidata) a presidente. Eso es lo que se llama liderazgo colectivo. A falta de un gran estadista, necesitamos tres, cuatro o cinco estadistas que comprendan que el país los reclama juntos. Porque uno solo no lo logrará.

En este punto, la llamada “batalla cultural” es absurda, necesitamos cohesión no confrontación. Dejemos a Milei con su rollo en Argentina, aquí ya resolvimos lo esencial hace más de quince años. A no ser que elijamos a un demente, la estabilidad macroeconómica del Perú está debidamente guarecida. Miren que Castillo se sentó en Palacio y no pudo sacar a Velarde, a pesar de la exigencia de Francke que quería poner a Dancourt a toda costa.

Que sea lo que haya de ser. ¿Quieren un tip para saber quién no es un estadista además de lo actualmente obvio? Observen si las promesas se cumplen o no y observen a quien hace nuevas promesas luego de haber incumplido las primeras. No hay pierde. Por ése no se debe votar.

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