La ideología perturba la economía y la gestión pública. Tengo la impresión de que vale la pena decir no a los gobiernos ideológicos, cualquiera sea su ideología.
Agradezco mucho a las personas que sintieron que la primera parte de esta secuencia reflexiva había valido la pena. Espero que la segunda no sea decepcionante. Aquí vamos.
La idea es convocar a la discusión sensata para obtener propuestas prácticas, tanto de orden general como de orden específico (sectorial o subnacional). Para ello, entiendo imprescindible salir de la dicotomía excluyente en que se viene convirtiendo el debate político mundial y privilegiar la gestión competente por encima de las identidades y creencias que sólo lo oscurecen.
Los temas prioritarios no son pocos pero tampoco pueden ser muchos porque dejarían de ser prioritarios.
Ya hemos esbozado algunos apuntes sobre la confrontación izquierda-derecha, sobre el enfoque de género y sobre el tema ambiental.
Ahora agregaremos otros e intentaremos resumir la importancia de abandonar los contenidos y modales conflictivos en beneficio del progreso armónico de la sociedad.
Los “valores universales”
Fue hace menos de un siglo que se inició la idea de los “ciudadanos del mundo”. Antes de ello, los valores nacionales o regionales (en el sentido macronacional) eran claramente predominantes. El europeísmo impuso ciertos valores al mundo colonizado, sin detenerse a pensar en su sentido imperial. Fue simplemente la propia convicción de que los valores occidentales eran el mayor producto de la civilización humana. Algo así como una autopercepción narcisista.
La configuración de las naciones europeas se inició en la isla británica, cuyos límites territoriales eran obvios, y esto propició el desarrollo de un imperio de claro origen comercial (y de conquista bélica alternativa). En el alboroto que vino después, sólo Francia mantuvo su escenario territorial medianamente intacto.
Al mismo tiempo los añejos imperios europeos daban lugar a la independencia de diferentes naciones en el Viejo Continente. El desmembramiento del Imperio Español y luego del Austrohúngaro, la circunscripción del Imperio Ruso y, no podemos ignorarlo, la decadencia del Imperio Otomano marcaron nuevos escenarios geográficos. La insurgencia de Italia y, sobre todo, la de Alemania en este marco, dieron lugar a un nuevo mapa entre fines del siglo XVIII y principios del XX.
El marcado control británico en el Medio y Lejano Oriente, con esquema virreinal incluido, dio lugar a la prescindencia de valores profundamente acendrados en espacios tan o más antiguos que el escenario europeo (islámicos, hinduistas o confucianos por ejemplo) cuya vigencia no podía ser sustituida de la noche a la mañana sin consecuencias.
China, de larga trascendencia imperial, fue prácticamente repartida y vuelta a repartir entre las potencias occidentales y Japón y fue escenario, entre varias otras, de la Guerra del Opio, con causa explícita en el narcotráfico entre 1839 y 1862.
Mientras tanto en América del Norte, Estados Unidos asumía el mismo rol del Reino Unido en el resto del mundo y América Latina se fraccionaba en naciones apócrifas, cuya personalidad propia se iría construyendo a punta de alianzas, guerras y bandeirantes. La sumisión de este territorio a la península ibérica pasó rápidamente al Reino Unido y luego a Estados Unidos, de acuerdo a la llamada Doctrina Monroe de 1823.
Aún está pendiente, en esta rápida síntesis, el tema de África Subsahariana que fue dividida en 1885 en la Conferencia de Berlín entre las potencias europeas, sin consultar con los actores locales y que todavía hoy nos sigue aportando novedades, incluso sobre su importante y escasamente conocido pasado cultural. Hasta hace muy recientemente los estados europeos y EUA seguían tratando a los africanos como individuos destinados a la explotación, la muerte o la experimentación.
He señalado todo esto únicamente para establecer que los valores universales son en realidad los valores occidentales y que no comprenderlo nos hace indignos de cualquier pretensión igualitaria. Falta, evidentemente, mucho por hacer. Y no debería extrañar a nadie que Rusia o China actualmente hayan asentado inversiones en África y otras regiones con base en convenios formales y trato ligeramente más considerado.
Los valores democráticos, por tanto, necesitan adquirir una cierta adaptación nacional/regional, para poder adquirir efectiva universalización. Vamos con calma y con respeto.
La economía ha sabido adaptarse con mejor criterio a aquello que hace siglo y medio era simplemente ajeno. Yo recuerdo (soy adulto mayor en tránsito a la despedida) cuando los productos japoneses eran considerados basura comercial, y peor después los coreanos y, ahora poco, los chinos. Muchos debimos tragarnos nuestras palabras después.
La ideología perturba la economía y la gestión pública. Tengo la impresión de que vale la pena decir no a los gobiernos ideológicos, cualquiera sea su ideología. Porque no existe la verdad absoluta a largo plazo, aunque hoy parezca imbatible.
¿Saben en qué país están las ciudades más silenciosas del mundo? Pues en China. Creo que es obvio porqué. Concentrémonos en hacer las cosas bien y no en discursear (menos aún bajo remuneración) acerca de cómo se hace bien las cosas.
Las prioridades ciertas
En este marco, hablar por ejemplo de la migración como un asunto de credo, es una verdadera tontería. Cada país debería poder formular sus propias políticas migratorias sin tener que pedir permiso a una burocracia internacional que medra del montaje de una única verdad.
En acápite diferente, entender que los Estados deben mantener los equilibrios macroeconómicos es un asunto de política práctica que es, a la luz de todas las experiencias recientes, recomendable sostener. Serán los Estados concretos los que decidan construir consenso para mantener este aprendizaje fundamental.
Entonces, cuál es la búsqueda universal que nos interesa, si no a todos, a la mayor parte de los seres humanos.
Pienso que lo medular es la reducción de la pobreza. Esto significa ladrillos tan macizos como el incremento del empleo decente con base en el crecimiento económico y la provisión de servicios básicos (incluidos los de educación y salud) e infraestructura por parte del Estado (para eso son los impuestos).
A esto hay que agregar la protección y conservación/ reposición del entorno natural y de sus recursos, que permitan la inversión sostenible y el desarrollo económico de largo plazo con criterio adaptativo y sostenible.
Creo que necesito reiterar que ninguna discriminación es tolerable y si hay alguna menos tolerable es la que discrimina a las mayorías.
Un intento de síntesis
La cuestión práctica es cómo gobernarnos con eficiencia. Mi primer punto es que no podemos hacerlo con una agenda global detallada. Sí podemos (y debemos) tener claras algunas prioridades generales, no podemos tener un paquete único de recetas, los Estados deben decidir por su cuenta cómo mejor hacer.
Lo segundo es definir que en esos pocos puntos (reducción de la pobreza, conservación y explotación sostenible de los recursos y derrota de todas las formas de discriminación) permiten contar con un espacio de unidad nacional, en que se podrá discutir énfasis y formas pero no contenidos. Lo demás podrá ser motivo de discrepancia pero eso se elucidará en cada circunstancia electoral.
He aquí lo esencial, los modelos democráticos podrán irse ajustando pero tendrán que subordinarse a esa agenda breve, sin catecismo obligatorio.