CUSCO: CONCEJO PROVINCIAL DISTINGUE AL DOCTOR ANÍBAL QUIROGA LEÓN
El jurista Aníbal Quiroga León, fue distinguido por la Municipalidad Provincial del Cusco por su destacada y prolífica labor profesional. A continuación reproducimos el discurso que, con ese motivo, dio el citado letrado .
SEÑOR ALCALDE PROVINCIAL DEL CUSCO GRAL. LUIS BELTRAN PANTOJA CALVO
SEÑORES REGIDORES DEL CONCEJO
SEÑORES DECANO DEL ILUSTRE COLEGIO DE ABOGADOS DEL CUSCO
COLEGAS Y AMIGOS
QUERIDA FAMILIA
SEÑORAS Y SEÑORES:
Debo empezar por agradecer, antes que nada, el honroso e inmerecido reconocimiento que hoy ofrece con tanta generosidad el Señor Alcalde Provincial de esta imperial ciudad del Cusco, otrora Capital del Tahuantinsuyo, a un qosqoruna trashumante, nacido hace algunos años en el emblemático Hospital Antonio Lorena e inscrito en el Distrito de Santiago, muy cerca de aquí, cuyo emblemático edificio original, construido en 1930, fue declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO como parte del centro histórico del Cusco.
Y, por su intermedio, también debo agradecer a todo el Consejo Edil de la histórica Provincia del Cusco, por haber acordado conferir, esta inmerecida distinción que se otorga en este momento en este histórico recinto edil del Palacio Municipal ubicado en la emblemática Plaza del Cabildo.
Nadie es profeta en su tierra, dice una sentencia bíblica. Este honroso reconocimiento contradice abiertamente esta sentencia heredada de la historia de la humanidad.
Señor Alcalde Provincial, tiene Ud. el privilegio de presidir el Consejo Edil de una Capital histórica del mundo, reconocida así universalmente no solo por su ancestral historia pre inca e incaica, propiamente dicha, sino por su profundo y acendrado mestizaje que se expresa en ese sincretismo cultural maravilloso, en el depurado y fino arte autóctono, en sus costumbres y su vasto folclore, en sus paisajes incomparables e interminables, en su variada gastronomía y en su incomparable cultura milenaria, moderna y actual. Somos profundamente mestizos, producto de una confluencia cultural, humana, religiosa desarrollados en el tiempo y en la historia de la que no podemos desprendernos.
Tengo para mí que este reconocimiento tiene más que ver con una autenticidad qosqoruna, antes que con méritos académicos, personales o profesionales. Tiene que ver, sobre todo, con haber llevado con orgullo y dignidad esa innata estirpe e impronta qosqoruna. Ser peruano es ser mestizo, por historia y por tradición. Ser cusqueño es también ser mestizo: andino y criollo al mismo tiempo. Esa es la base esencial de nuestra nacionalidad peruana y, en particular, de nuestra heredad cusqueña que debemos mantener con justificado orgullo. De ello quizás, y sin quizás también, el máximo exponente de ese mestizaje sincretista, autóctono y leal con su heredad, lo represente nuestro eximio historiador Inca Garcilaso de la Vega Chimpu Ocllo a quien le debemos las crónicas más fidedignas y mejor escritas sobre la historia de nuestros antepasados andinos.
Cómo no emocionarse con nuestra épica historia, a veces con grandes victorias y riquezas, a veces con terribles tragedias, crudas enseñanzas y profundas desigualdades como toda nación aún en crecimiento y en fase de formación. Cómo no admirar, en medio de ello, nuestra profunda cultura y depurado arte, los perennes colores y armonías de nuestro inagotable folclore, con el vívido entusiasmo de generaciones tras generaciones manteniendo en su plenitud nuestras costumbres ancestrales y la inconmensurable riqueza de nuestras danzas que año a año apreciamos en nuestro Cusco y en los pueblos que la acunan primorosamente.
Señor Alcalde Provincial, como qosqoruna, soy producto y consecuencia de todo eso, de una indesligable e innata impronta cusqueña posteriormente desarrollada en muchas partes del país y también en el exterior. Soy, además, con ese empuje y empeño típicamente cusqueños, producto de una meritocracia en el mejor y más cabal sentido de la expresión, que me ha llevado en la academia peruana al lugar en donde Ud. me encuentra. Tanto en mis estudios en el Perú, como en el extranjero, y lo mismo en mi posterior labor docente y de investigación a lo largo y ancho del territorio nacional, como también en el extranjero, he llevado como sello de agua el orgullo ser cusqueño de nacimiento. Un orgulloso qosqoruna. Mi Madre fue cusqueña, mi Abuela -originaria de Calca y emparentada con Quiquijana- lo fue igualmente.
Mi padre, funcionario público, nos llevó con su trabajo nómade por todo el país, por todas sus tierras y todos sus variados territorios. No tengo reconocido un barrio, una comunidad determinada o una ciudad que haya cobijado gran parte de mi vida emparentada con mi infancia o mi juventud. Tengo en mi memoria muchos barrios, muchas comunidades, muchas costumbres, muchos y muy variados parajes. Por eso mismo estuve acunado y guarecido en muchas ciudades y comarcas del país, y aún del extranjero, lo que me permitió desde muy chico tener una muy amplia visión de nuestra realidad nacional, de nuestras variadas gentes, costumbres, paisajes, territorios, vasto folclore y condiciones de vida.
Por ello es que fui registrado en el Distrito del Santiago, pasando los primeros ocho meses de vida en el Cusco. Luego regresé sobre los 8 años por otra breve temporada, viviendo en el segundo piso de un lindo solar en la Calle Saphy, según guardo en mi más cara memoria, al igual que de nuestra formidable la Plaza de Armas, ya imponente y majestuosa por entonces, con sus magníficos portales y un restaurante -que ya no he podido reconocer- donde vendían el mejor choclo con queso que recuerdo haber probado en mi vida.
De esa época, Señor Alcalde Provincial, recuerdo vívidamente el semestre en que compartí las clases escolares en la escuela fiscal de Urcos de aquella entonces, al lado de mis compañeros de la transición, ya que mi Abuela -doña Isolina Caparó- era maestra rural en la misma. Compartí carpeta con quienes eran todos bilingües, quechua hablantes y fluentes en el español, y que hoy deben ser orgullosos urquinos, ciudadanos y ciudadanas de bien que han formado familias que, a su vez, han formado otras familias. Nuestro Maestro, hombre entrado en años, era bueno y paciente. Y si algo lamento profundamente hoy de aquellos días, es no haber podido retener en mi memoria las palabras y expresiones quechuas que mis compañeros de clase, y mi Maestro, me enseñaron en aquel entonces.
De aquella época épica, alegre e inocente, recuerdo vívidamente las telúricas y ciclópeas rocas que acunaban las orillas del alto río Vilcanota, con su agua fría y cristalina, sus caprichosos remolinos de un risueño río que, luego, imponente, cruza el Valle Sagrado de los Incas para ser reconocido como el río Wilcamayu, y que también será conocido aguas abajo como el río Urubamba, formando parte de la cuenca amazónica.
En ese devenir hubo muchas ocasiones en que regresé a mi ciudad natal. Como estudiante universitario, primero, como conferencista y expositor de sus diferentes universidades y en el Ilustre Colegio de Abogados del Cusco, muchísimas veces. Y como simple y enamorado visitante que no se cansa de su constante redescubrimiento, otras tantas.
Por ello fue que llevo con orgullo, en mi corazón y en mi ejercicio profesional, haber sido incorporado en abril del 2007 como miembro honorario, con el Registro 020; y de haber merecido -no hace mucho este 2023- la “Medalla Jurista Indiano Cusqueño Juan Ortiz Cervantes”, ambas distinciones conferidas por el Ilustre Colegio de Abogados del Cusco.
Gracias a un enorme esfuerzo de mis padres, tuve el privilegio de estudiar en la que era, sin duda alguna, la mejor Escuela de Derecho del Perú, de donde egresé en los primeros puestos de mi promoción hace casi 43 años. De hecho, hace tan solo 4 días se cumplieron 40 años de mi graduación como abogado, un 27 de julio de 1983, y en pocos días, el próximo 26 agosto, se cumplirán también las cuatro décadas de mi subsecuente incorporación al Ilustre Colegio de Abogados de Lima.
En septiembre venidero se cumplirán 38 años ininterrumpidos como profesor universitario en mi alma mater, de los cuales los últimos 25 años ha sido como Profesor Principal, su máxima categoría académica. Por fortuna, también he sido docente en otras Escuelas de Derecho de Lima, de provincias y del exterior, tratando de compartir conocimientos y de formar del mejor modo a los nuevos abogados y juristas para nuestra sociedad, procurando dejar en el exterior la mejor imagen posible de lo que un jurista peruano, cusqueño para más señas, puede exhibir.
A la par, por esos caprichos que trae la vida, he compartido mi actividad docente y de investigación, desarrollada desde muy joven por una entrañable vocación, con el ejercicio profesional, tanto a nivel de consultoría y asesoría, cuanto con la defensa en el litigio que ha sido lo más apasionante. Recientemente tuve la oportunidad de defender los fueros del Congreso de la República en cinco casos emblemáticos en los últimos dos años, llevando mi experiencia profesional, mis conocimientos académicos y mi estirpe cusqueña ante los principales foros judiciales, administrativos y del Tribunal Constitucional.
El Maestro Héctor Fix Zamudio, extraordinario jurista mexicano, enseñaba que para ser un buen ciudadano no se requiere del oropel de un cargo público, ni del boato del poder. Él, máximo exponente del derecho constitucional mexicano y mejor persona, despachaba con la mayor sencillez desde la dirección del Instituto de Investigaciones Jurídicas, en México, en una pequeña oficina tapada de libros, pero con una gran sonrisa y extraordinaria magnanimidad, que siempre fueron mi mejor enseñanza.
Uno sirve al país, decía, desde el puesto que le toque ocupar: como profesor, como investigador, como jurista, como defensor de los fueros constitucionales, como buen ciudadano, como buen padre de familia, como buen esposo. No requiere ser autoridad o tener un cargo público para servir a la patria. Y eso es lo que he tratado de hacer en esos 40 años de ejercicio profesional. Creo que aún estoy en ese camino.
Por eso, en este punto, quisiera volver recordar las palabras de nuestro más ilustre historiador nacional, Jorge Basadre, quien, en La Historia del Derecho Peruano, dijo:
“En países de mentalidad sísmica, es fácil hallar poetas, políticos, oradores. La aparición de juristas es un fenómeno de sedimentación ulterior. El Perú, país contradictorio, los ha tenido, a pesar de todo. Riqueza de subsuelo, sin el abono de calores multitudinarios ni belleza ornamental…”
Mi Padre siempre decía que uno debe dejar a sus hijos tres cosas: una buena educación, un buen ejemplo de vida y un buen nombre. Espero estar en el camino correcto. Por eso, no quisiera dejar de recordar en este momento a mi Madre. A Vilma. También cusqueña, quien un día de 1956 contrajo matrimonio en la Catedral de esta Imperial Capital, a pocas cuadras de aquí, bajo la mirada y protección del Apóstol Santiago.
Fue de ella de quien heredé la pasión por la lectura, quien soportó mis afanes, angustias existenciales, proyecciones, quimeras y no pocas travesuras. Quien -siendo aún niño- me escondía el periódico señalando que era muy pequeño para leer las cosas de la realidad. Pero, sin que ella lo supiera, siempre me di maña para hallar el escondrijo y devorar lo que ocurría en la actualidad de entonces. Mi Madre, quien compartió conmigo el orgullo -hace justamente cuarenta años- de haber ganado en reñida lid la beca otorgada por el entonces el Instituto de Cooperación Iberoamericana para hacer el Doctorado en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, España, tal como habían sido mis sueños desde muy niño, lo que compartía -por aquel entonces- con una incrédula, paciente y benevolente madre. Estoy seguro que ella y mi Padre disfrutarían muchísimo con genuino orgullo este inmerecido reconocimiento, como también estoy seguro que, desde el cielo, ellos nos acompañan permanentemente con su amor y protección.
No puedo dejar de agradecer, en todo esto, el apoyo invalorable, incondicional y perpetuo de mi esposa, Ma. Cristina, también Abogada y Profesora Universitaria, con quien hemos formado una maravillosa familia, con nuestros hijos Aitana y Santiago, verdaderos luceros del alma que, al lado de mis hijos mayores Alonso y Sol María, constituyen mi mayor orgullo y logro personal. Gracias a Dios hoy Ma. Cristina, Aitana y Santiago me pueden acompañar en esa sentida ceremonia. A mi esposa, a mis mellizos y a mis hijos mayores dedico sin reservas este generoso reconocimiento pues a ellos debo el impulso vital diario para acometer, con entusiasmo y empeño necesarios, las actividades y afanes cotidianos del trabajo, del ejercicio profesional y sus sinsabores, de la docencia, de la investigación, con sus inevitables sales y avatares. Es que siempre nos decimos que somos un equipo.
A tí, Ma. Cristina, y para Aitana y Santiago, mi inconmensurable amor y permanente gratitud, el mérito de esta ocasión y la distinción que conlleva, con la absoluta convicción de que juntos lograremos todos los proyectos -aún pendientes- que nos hemos prometido alcanzar.
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Puedo, entonces, afirmar sin lugar a dudas, que para servir bien a nuestra patria hay que ser, antes que nada, un buen ciudadano, un buen profesional y realizar con ilusión, entrega y pasión las actividades que nos toque realizar. Sólo en ese caso podremos trascender y dejar una huella, que podrá servir de guía a quienes nos sucedan: nuestros hijos, nuestros discípulos, nuestros paisanos, nuestros colegas, nuestros amigos, nuestros conciudadanos.
En mi caso, al conjugar el ejercicio profesional en los estrados judiciales, constitucionales, administrativos, políticos y arbitrales como abogado defensor, como asesor, como consultor, con la docencia y la investigación universitaria, sobre todo en el campo del Derecho Procesal, la Teoría del Proceso, el Arbitraje, la Interpretación Constitucional y el Derecho Procesal Constitucional, ha sido una experiencia permanentemente enriquecedora y de perenne retroalimentación que, sin dejarme satisfecho del todo, me ha deparado indudables satisfacciones que han sido el permanente aliciente, el acicate, para embarcarme en nuevos proyectos y ambiciones. Es una enorme satisfacción la que hoy me embarga, precisamente, en esta ocasión en la que se me permite compartir este sentimiento con todos Uds.
Señor Alcalde Provincial, Ud. como principal autoridad local en esta Capital Imperial de proyección mundial sabe de sobra, y lo practica diariamente con sus conciudadanos, mis paisanos que la democracia constituye un valor fundamental, un fin, una teleología. No es un medio para alcanzar el poder. Es el fin y el marco esencial del ejercicio legítimo del poder. Sin embargo, ello no siempre es bien entendido ni mejor ejecutado y, para algunos gobernantes, la democracia tiene un valor secundario que pasa por el costado pues solo les representa un valor meramente instrumental, un esquema para hacerse del poder. Esa es la marca indeleble que distingue a un verdadero demócrata. He ahí el verdadero reto de los que nos toca construir y peligro latente para nuestra democracia aún imperfecta y pendiente de consolidación.
El Prof. Pedro de Vega, extraordinario jurista español, enseñaba que el verdadero sentido de la democracia no es el lograr que todos pensemos o sintamos de manera análoga, de modo igualitario; sino, por el contrario, el verdadero valor y esencia de la democracia es lograr que una sociedad, una comunidad, donde sus integrantes sientan, piensen y sean diferentes, logren desarrollar mínimos sociales de orden común, valores esenciales que sean comunes a todos, que constituyan un esencial común denominador, de manera que respetándose y protegiéndose las diferencias de las personas, por raza, género, creencia religiosa, afanes políticos, criterios, aspiraciones, pensamientos y sentimientos, los diferentes integrantes de dicha comunidad puedan desarrollarse sobre valores comunes de respeto recíproco, tolerancia, paz, seguridad y desarrollo social.
Por último, en referencia a lo que es verdaderamente importante en la vida y con relación a este sentido reconocimiento de que hoy soy partícipe gracias a la generosidad de la Corporación Edil que Ud. preside, quisiera citar algunas partes de un dos poemas-canciones, “De vez en cuando la Vida y Aquellas Pequeñas Cosas”, del notable cantautor Joan Manuel Serrat, que nos dice:
“De vez en cuando la vida
Nos besa en la boca
Y a colores se despliega como un atlas
Se hace de nuestra medida
Toma nuestro paso
Y uno es feliz como un niño
Cuando sale de la escuela
De vez en cuando la vida
Toma conmigo café
Y está tan bonita que da gusto verla
De vez en cuando la vida
Nos gasta una broma
Y nos regala un sueño tan escurridizo
Que hay que andarlo de puntillas
Por no romper el hechizo”
(…)
“Son aquellas pequeñas cosas
Que nos dejó un tiempo de rosas
En un rincón
En un papel
O en un cajón
Como un ladrón
Te acechan detrás de la puerta
Te tienen tan a su merced
Como hojas muertas
Que el viento arrastra allá o aquí
Que te sonríen tristes y
Nos hacen que lloremos
Cuando nadie nos ve”.
Y quisiera terminar citando a otro gran poeta modernista, en este caso peruano, José Santos Chocano, nacido un 14 de mayo como yo, a quien leí y admiré en su prosa desde muy chico, que tuvo obras grandilocuentes -como lo fue su propia vida-, quien describió en Blasón lo que, me parece, es una maravillosa expresión del sincretismo cultural y del innegable mestizaje del que todos somos herederos en el Perú en la historia pasada, posterior, reciente y en el futuro de esta generosa tierra cusqueña ancestral, y del que quisiera hacer míos algunas de sus expresiones:
“Soy el cantor de América autóctono y salvaje:
mi lira tiene un alma, mi canto un ideal.
Mi verso no se mece colgado de un ramaje
con vaivén pausado de hamaca tropical.
Cuando me siento inca, le rindo vasallaje
al sol, que me da el cetro de su poder real;
Mi fantasía viene de un abolengo moro;
los andes son de plata, pero el león, de oro;
Y de no ser poeta, quizá yo hubiera sido
un blanco aventurero o un indio emperador”.