El congresista Esdras Medina ha causado revuelo cuando dijo, en un acto religioso protestante, que Dios le había dado el poder a los reyes y a los profetas. De inmediato surgieron las críticas en la opinión pública en el sentido de que con razón estos mochasueldos con menos de un dígito de aprobación se creen intocables y hacen lo que les da la gana sin hacer nada como los reyes. Nada más falso en la actualidad que esa concepción de reyes pretéritos.
Quien sigue las noticias internacionales puede distinguir claramente que los reyes contemporáneos, si bien tienen algunos privilegios son los que se ganan hasta el último centavo de su sueldo trabajando toda su vida. Para ellos no existe jubilación, al menos que voluntariamente abdiquen. Pensemos en el caso de la reina de UK, Isabel II. Trabajó, literalmente, hasta el último día de su vida. El día previo a su muerte, recibió en Balmoral, a su nueva primer ministro, Liz Truss, para fallecer al día siguiente. Su sucesor, el rey Carlos III y la princesa real Ana, trabajan desde la adolescencia representando el buen nombre de la monarquía en un sin número de causas benéficas.
Siguen su legado el príncipe de Gales y la princesa de Gales y sus pequeños hijos educados todos ellos en el servicio público. Fueron expectorados, precisamente, los que querían la vida fácil haciendo como aquí los mochasueldos y sin dar cuentas a nadie: Harry y Meghan, un par de badulaques que ahora viven de los chismes que puedan contar sobre su familia en sets de TV o libros «biográficos». En la monarquía española las cosas buenas son parecidas
Tras la abdicación y autoexilio a Arabia Saudita del hoy rey emérito Juan Carlos I (frívolo que tenía una máquina de contar dinero en su cama según su amante, una trepadora social que le esquilmó como 70 millones de Euros), Felipe VI y las infantas Leonor y Sofía ya están siguiendo los pasos de servicio y deber que la corona implica.
Doña Leonor, princesa de Asturias, no sólo ha jurado la constitución ante las Cortes, sino que ha culminado con éxito su preparación militar en Zaragoza como una cadete más de quien cuando suceda a su padre será la capitán general de las Fuerzas Armadas españolas. Y ni qué se diga de esa gran profesional de la monarquía española que es la reina emérita doña Sofía. Ahí la vimos en París alentando a los equipos y deportistas españoles con sus nietas y su hijo el rey en las justas olímpicas, como una española más, aunque lo hable mal porque sólo se comunica en inglés.
Ya para qué contar los entretelones austeros de las monarquías escandinavas, de la belga o la holandesa o luxemburguesa, todas ellas intachables y con altos índices de popularidad, pero sobre todo, con países desarrollados y prósperos, no como el Perú de Esdras Medina y los falsos profetas.