Luego de la ola informativa alrededor de los Rolex que utilizaba la presidente Dina Boluarte y después del fracaso de las dos mociones de vacancia planteadas, es incuestionable que el poder político del Congreso ha aumentado considerablemente. Hoy, se puede sostener, los problemas de la gobernabilidad no están por fuera del Ejecutivo ni del Congreso, sino en la suma de los errores y estropicios de ambas instituciones.
Se pone de espaldas en la defensa del modelo económico y las reformas
De alguna manera el horizonte social y político del país ha cambiado significativamente luego del fallido golpe de Pedro Castillo y las olas de violencia insurreccional, que dejaron más de 60 lamentables muertes de peruanos. Se conoce, por ejemplo, que movilizaciones radicales convocadas en el Cusco, Puno y Andahuaylas han fracasado estrepitosamente. Igualmente, las marchas convocadas por el progresismo el pasado 5 de abril no concitaron el interés casi de nadie. Por otro lado, las encuestas y las campañas de algunos medios ya no son factores que definen el curso de la gobernabilidad.
En este estado de cosas es incuestionable que el poder político del Congreso aumenta significativamente. De otro lado, el resultado parece casi natural luego de las vacancias de Martín Vizcarra y Pedro Castillo, que avanzaron quebrando el Estado de derecho (negación fáctica de confianza y asamblea constituyente) y reduciendo las facultades del Legislativo.
El incremento del poder del Legislativo, pues, parece ser el resultado de la extremada fragilidad institucional del Perú luego del encumbramiento de Castillo al poder. De ninguna manera compartimos el criterio del progresismo que señala que estamos avanzando a una dictadura congresal. No parece un argumento atendible; sin embargo, a nuestro entender sí existe un peligro mayor con el incremento del poder político del Legislativo.
¿A qué nos referimos? Es evidente que las bancadas de la centro derecha han encontrado espacios de alianza y convergencia con los grupos de izquierda, sobre todo para enfrentar la estrategia de judicialización de la política, que ha desarrollado el progresismo en contra de los sectores que ganaban elecciones por la derecha y por la izquierda. ¿Por qué esta estrategia de judicialización de la política? Porque es la estrategia natural de los sectores que pretenden gobernar sin formar partidos ni ganar elecciones, que intentan gobernar a través del control de las instituciones.
Sin embargo, esas convergencias antinaturales entre las izquierdas y las derechas está llevando a un peligroso momento al país: la destrucción del modelo económico de las últimas tres décadas. Por ejemplo, se ha aprobado un sétimo retiro de las cuentas individuales del sistema privado de pensiones que, simplemente, liquidará los fondos privados. Asimismo, se ha comenzado a relativizar la lucha contra la minería ilegal y casi no hay defensores de la minería moderna, la gallina de los huevos de oro de los recursos fiscales y uno de los principales motores antipobreza de las últimas décadas.
Por otro lado, en el Congreso nadie se atreve a desmontar las normas laborales promulgadas por el gobierno de Pedro Castillo. Asimismo, nadie osa plantear una nueva ley de promoción de inversiones en el agro y menos todavía la idea de una reforma laboral del país en base a la flexibilidad laboral, tal como sucede en cualquier país desarrollado.
Si miramos las cosas de esta manera es evidente que el incremento del poder político del Congreso empieza a favorecer a las fuerzas antisistema que pretenden destruir el modelo y detener el crecimiento para llegar al 2026 con una sociedad que aumenta la pobreza. Semejante estado de cosas se presenta no obstante que las bancadas de la centro derecha cumplieron un papel protagónico en la defensa del Estado de derecho ante el intento de golpe de Castillo y el proyecto de la constituyente.
Si las bancadas de centro derecha no reaccionan estarán organizando el mejor escenario para el triunfo de las fuerzas antisistema en el país. Y de nada habrá valido haber detenido el golpe ni la constituyente. La falta de ideología en las derechas le otorga una ventaja gigantesca a las izquierdas en todas sus versiones.