EL MURO DE LA HABANA
Por Luis Gonzales Posada.
El Muro de Berlin, construido por la Unión Soviética para dividir Alemania en dos partes, tenia 146 kilómetros de extensión, de los cuales 45 kilómetros estaban en Berlín. El armatoste fue hecho el 9 de agosto de 1961 y derrumbado el 9 de noviembre de 1989; una ignominiosa existencia de 28 años.
Invitado por la Fundación Frederich Neuman tuve la oportunidad de conocer ese muro de tres metros de altura. Observé alambradas, zanjas, terrenos minados y casetas de vigilancia con potentes reflectores que iluminaban la noche al sonar las alarmas que habían detectado audaces escapistas.
Las familias quedaron, así, divididas, presas, y quienes se atrevían a saltar la pared eran encarcelados o asesinados por guardias de seguridad. Algunos, empero, fugaron a través de 70 túneles e incluso un grupo lo hizo mediante un globo aerostático.
Pero lo que no pudo impedir esa grisácea tapia de ladrillo y cemento ni tampoco los agentes cancerberos fue frustrar el anhelo democrático de miles de seres humanos cautivos por la dictadura comunista, que querían vivir en democracia y con bienestar económico.
Luego de 28 años, el 9 de noviembre de 1989, un año después que Gorbachov impulsó la Perestroika, relajando el sofocante control gubernamental sobre la economía, y el Glásnost, que otorgó libertades a la población, incluyendo derecho a la crítica y a la huelga, la muralla fue demolida por los propios berlineses con golpes de combas, martillos y palas.
Y también, en paralelo, en 1991, se disolvió la Unión Soviética, fragmentándose en quince estados soberanos. Al mismo tiempo, fueron cayendo, uno a uno, como castillos de naipes, los satélites de Moscú: Polonia, Bulgaria, Yugoslavia, Hungría, Albania, Checoslovaquia y la sarcásticamente denominada República Democrática de Alemania.
Había terminado así una pesadilla iniciada con la revolución bolchevique de 1917, que durante más de 70 años sólo produjo muerte, desolación y pobreza.
Nuestro hemisferio tiene lo que podríamos denominar el muro de La Habana, de 62 años de existencia, más del doble que el berlinés, pero no está edificado en forma de muralla sino a través de un sofisticado sistema político del que han emigrado, según la ONU, un millón 700 mil personas, que representan casi el 15% de la población isleña. Cuba es el corazón y el cerebro que fomenta y protege el totalitarismo en la región.
De La Habana promueven ideas, tácticas publicitarias, servicios de inteligencia y contrainteligencia que sirven para que se perpetúen en el poder Nicolás Maduro en Venezuela o el tirano Ortega de Nicaragua.
De La Habana surgió, asimismo, en 1990, la creación del Foro de São Paulo, después de la CELAC y de la Cumbre de los Pueblos. Cuba ensambla movimientos y candidaturas izquierdistas en la región, diseñan estrategias para compactar a gobernantes de esa tendencia o a bobalicones como el mexicano López Obrador y el argentino Fernández, que tienen en común un romántico recuerdo de Fidel Castro y una visceral posición anti norteamericana, que son enemigos del libre mercado y contertulios de regímenes totalitarios extra continentales, como Irán, China y Rusia.
La Isla es pobre en recursos económicos y mísero en libertades, pero abundantemente rico en ideas que expanden en la región, como hicieron en la década de los años sesenta impulsando la guerra de guerrillas en el continente. En suma, mientras La Habana continúe rectorando políticamente Latinoamérica el totalitarismo continuará extendiéndose.