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FARANDULEANDO

Escribe: Elmer Barrio de Mendoza

La farándula es la farándula y da lo mismo si eres Otárola o eres Darwin Espinoza. El placer es breve pero sin duda  obnubila.

No es ninguna novedad que el ascenso político o funcional (repentino y visible) se traduzca en frivolidad, desubicación o incluso alucinación.
Así sucede, por ejemplo, que Dina se siente estadista de fuste; Vela, Pérez y Barreto compiten por el título de justiciero mayor; Gorriti, Palacios e incluso Chincha juran que son líderes opinión y demás.
La retroalimentación mediática (a favor o en contra) agrava el panorama.  Que hablen bien o que hablen mal, con tal que hablen, parece ser el lema.
La discreción ha dejado de ser un valor. La concisión, igual. Mientras haya una cámara delante, todo vale. Nadie se cuida de que haya una cámara detrás que luego, sin duda, algún día aparecerá.

De cómo no se debe gobernar

Nayib Bukele, hasta ahora, es un gobernante exitoso. Casi tan discutido como exitoso.
Su gobierno cuenta con un respaldo social envidiable y una de las razones de ello es que derribó al enemigo principal de los salvadoreños: las bandas delincuencia les, hasta hace poco todopoderosas.
Hechos y no palabras, decía Manuel Odría hacia los cincuenta del siglo pasado. Creo que ése sí es un buen lema, que (al margen de la opinión que tengamos sobre su  promotor) ha trascendido decenios.
A lo que voy es que gobernar es ejecutar, no es parlotear. A más parloteo, menos gobierno.
Farandulear no es gobernar, aparecer en las portadas y en la pantalla debería ser una consecuencia del buen gobierno (al menos en algún aspecto) y no del anuncio de aquello que no se logra en realidad.
Nuestra presidente es un caso típico de la incompetencia para el gobierno. Hable lo que hable, eso no va a cambiar. Ya la vimos en acción.
Nuestro congreso (y digo nuestro porque es resultado de nuestro voto) es otra muestra de degradación de talla internacional. Una vez que los congresistas se dieron cuenta de que, si negociaban intereses contrapuestos, podían alcanzar 87 votos con facilidad, la cosa se aligeró. Por supuesto había que también perder la vergüenza, pero eso no era tan difícil cuando una buena parte de los parlamentarios llegó desprovista de esa cualidad.

De cómo la justicia deja de existir

La justicia, por lo menos, debe guardar las formas. Si las formas se avasallan, los contenidos se extinguen.
La igualdad ante la ley, la inocencia presunta y el debido proceso son derechos fundamentales de todos y cada uno de los peruanos. Si esos derechos se violan cotidianamente (y peor si nos acostumbramos a ello) es imposible que haya justicia para ninguno de los peruanos.
Pues sucede que Ministerio Público, Poder Judicial y Junta Nacional de Justicia violan sistemáticamente la igualdad ante la ley, la inocencia presunta y el debido proceso.
A igual razón, igual derecho dice la ley. Cuando a uno se le aplican normas draconianas y a otro, por lo mismo, el guante de seda, vamos mal. Ley del embudo le dicen.
Pero claro, si un fiscal desconocido se vuelve una especie de rockstar por arrasar con el debido proceso, muchos otros se sienten llamados a hacer lo mismo.
Alguna vez hemos hablado aquí del Síndrome de Eróstrato: si no puedes alcanzar la fama por tus méritos, entonces provoca un incendio. Por allí van Vela, Pérez y Barreto. Pero olvidan que El Terror terminó en Francia cuando la guillotina decapitó a su principal promotor, Maximiliano Robespierre.

Lo que se esconde detrás

La corrupción es transversal… y es estructural. Hoy existe un nuevo poder: la economía ilegal. La economía criminal ha tomado una porción del poder y ha entrado en franca disputa (aunque también, a veces, en alianza) con el poder económico tradicional. La economía ilegal tiene una gran ventaja operativa, se mueve en efectivo y no necesita procedimientos sofisticados para seguir comprando poder.
La economía criminal ha crecido a niveles que representan no menos de un quinto del PBI. Y aquí el entronque con la conducta farandulera de los líderes políticos, judiciales y mediáticos se vuelve fundamental.
La farándula es la farándula y da lo mismo si eres Otárola o eres Darwin Espinoza. El placer es breve pero sin duda  obnubila.
Lo sabe hoy, por ejemplo, Patricia Benavides, que se rodeó de una banda de delincuentes funcionales y dejó que la adulación la condujera al precipicio. Culpable de arrogancia y quizá de algún delito tipifica do. Sin embargo, nada de eso debe cambiar nuestra convicción de defensa de los derechos fundamentales DE TODOS, con la diferencia obvia que debe establecerse con aquellos que opten por la violencia contra la sociedad.
Ahora lo sabe también Juan Carlos Tafur que, como no es Gorriti, sufre las consecuencias de un claro abuso fiscal. A él lo allanan y le incautan sus equipos electrónicos, a Gorriti se le pide que entregue su celular, le dan cinco días de plazo y, cuando se rebela, casi le piden disculpas.
El estándar debe ser uno solo y lo define la ley. Cualquier otra cosa es sumarse al circo. Cualquier otra cosa es agregarse a la grita.
¡A Barrabás! dijeron los judíos. Recordemos que seguramente cometieron un error.

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