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LA NUEVA ESCLAVITUD

Escribe: Aníbal Quiroga León

 

el secuestro de personas ocasionado por otras personas, privándoles de su libertad y poniendo en riesgo su integridad física o su propia vida,  como modalidad delictiva, tanto de índole política, reivindicatoria, social o económica, es absolutamente es una forma retorcida en que se muestra el ser humano de la hora actual,

 

En pleno Siglo XXI, la esclavitud que en el pasado existió, y que fue mayoritariamente condenada por el Estado moderno de derecho en el Siglo XVIII, consolidada por la protección de los derechos humanos a partir de la primera mitad del Siglo XX, ha resurgido en formas más retorcidas y sofisticadas. Una de ellas es la modalidad que adquiere el secuestro de rehenes, la privación de la libertad de una personas por otras, sin más autoridad que la fuerza bruta o la fuerza de las armas, tanto por grupos extremistas de izquierda, como el caso de la FARC en Colombia, como de otros grupos extremistas, fundamentalistas, radicales, rupturistas, que desde los años setenta empezaron a secuestrar a ciudadanos pacíficos e inocentes para hacer reclamos y reivindicaciones que podían ser políticas, o patrimoniales, o sociales; o reivindicaciones religiosas.
Pongamos el caso del actual Medio Oriente, en donde el grupo Hamas mantiene en calidad de prenda humana a un grupo indeterminado de rehenes con el objeto de usar como “contención” a ciudadanos inocentes que estaban viviendo en cercanías a la Franja de Gaza, y quienes tuvieron el infortunio de ser secuestrados hace más de tres meses por una incursión terrorista de contenido bélico.  Así, por ejemplo, estos rehenes son puestos en primera línea, de tal manera que los ataques israelíes que buscan recuperar posiciones en la Franja de Gaza, también terminan por llevarse de encuentro la vida de estos seres humanos en cautivo utilizados como parapetos o como carne de cañón.
En el pasado, también en el Perú, los movimientos terroristas, tanto el MRTA, como Sendero Luminoso (SL), utilizaron la modalidad de secuestro para obtener ilícitos propósitos. Sin embargo, más modernamente el sicariato y la agudización de la inseguridad ciudadana, a través de las extorsiones, coadyuvan a la continua captura de ciudadanos inocentes y pacíficos que no tienen por qué pagar las consecuencias de la inseguridad que el Estado es incapaz de superar, y que son secuestrados a fin de solicitar rescates económicos, y en muchos casos, a pesar que el rescate se paga, son mutilados, cuando no asesinados, porque pueden identificar a los victimarios que han perpetrado estos hechos criminales.
En definitiva, el secuestro de seres humanos no es más que una modalidad perversa de nuestra era moderna que retorcidamente se ha adaptado desde la antigua esclavitud, en el que seres humanos reducían por la fuerza, contra su voluntad, privándoles de lo más esencial después del derecho a la vida, como es la libertad, a otros seres humanos a confinamientos, trabajos forzados y, muchas veces, condenados a ejecuciones forzosas, simple y llanamente por tener la fuerza. Asimismo, sentían la osadía y respaldo de su accionar por el color de la piel, en nombre de la religión que consideran superior, en nombre de ideales que solo ellos llegan a comprender, o de un “pueblo” que tampoco han tenido el gusto de conocer.
Podemos dilucidar con facilidad que el secuestro de personas ocasionado por otras personas, privándoles de su libertad y poniendo en riesgo su integridad física o su propia vida,  como modalidad delictiva, tanto de índole política, reivindicatoria, social o económica, es absolutamente es una forma retorcida en que se muestra el ser humano de la hora actual, con el más absoluto desprecio a los esenciales valores humanos del respeto, tolerancia, igualdad y solidaridad, algo intolerable ya avanzados en el primer quinto del Siglo XXI, y debería ser uno de los principales tareas pendientes del Estado de Derecho en democracia, como una práctica que debería ser por completo abolida y desaparecida de la cotidianidad social que -lamentablemente- aún nos aqueja.

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