Trágico y peligroso que las democracias latinoamericanas convivan con dictadores que ahora se han constituido en socios políticos del terrorismo internacional.
Es imposible no conmovernos ante las infames acciones terroristas perpetradas por la secta islámica Hamás, que disparó 2,500 cohetes contra pueblos israelíes.
Fueron hechos macabros, de sadismo extremo, que también dejaron en evidencia la catadura moral, el tejido psicótico, de gobernantes de izquierda que ofician de serviles aliados, de cómplices y protectores de grupos genocidas.
En ese contexto, no podemos olvidar la filmación de 260 jóvenes judíos bailando y riendo en un festival de música moderna; luego, el humo provocado por el estallido de las explosiones; después, ver a comandos palestinos persiguiendo a los sobrevivientes para matarlos.
Tres momentos trágicos, a los cuales se sumaron otros dos episodios dantescos. Uno, cuando los criminales incursionaron en unas 20 viviendas aledañas a la zona de la masacre para asesinar a quienes ahí encontraron refugio.
Varios periodistas, entre otros el corresponsal de la Agencia de Noticias Reuter, testificaron la matanza de 200 personas, incluyendo ancianos y recién nacidos, algunos quemados vivos y otros decapitados.
La quinta etapa de la saga de la barbarie la protagonizaron milicianos persiguiendo a quienes huían. Mataron a quienes cazaron y un centenar fueron secuestrados para utilizarlos como escudos humanos: “La ejecución será de rehenes civiles, no militares, y se transmitirá en línea”, manifestaron sus siniestros captores en un comunicado.
Imposible un escenario de mayor degradación, de barbarie que siempre debemos denunciar y combatir, independientemente de las causas que alimentan odios purulentos y demenciales.
El presidente salvadoreño Nicolás Bukele calificó a los autores “de bestias salvajes que no representan al pueblo palestino”, agregando que “lo mejor que podría suceder sería la completa desaparición de Hamás”.
Los gobiernos democráticos del hemisferio respondieron con firmeza, destacando las palabras del jefe de Estado de Chile, Gabriel Boric, quien dijo: “condenamos, sin matiz alguno, los brutales atentados, asesinatos y secuestros de Hamás. Nada puede justificarlos”.
En la otra orilla, Gustavo Petro, mandatario de Colombia, no reprobó los atentados y más bien sostuvo que lo ocurrido fue responsabilidad de Israel y Estados Unidos, agregando el infeliz comentario de equiparar a judíos y nazis: “Estuve en el campo de concentración de Auschwitz y ahora lo veo calcado en Gaza”, manifestó el alcoholizado exguerrillero.
Maduro, por su parte, tampoco reprobó los crímenes y acusó a Israel de atentar contra el pueblo palestino, añadiendo que “Estados Unidos y Europa están creando las condiciones para un genocidio y una escalada de violencia en la región”.
Daniel Ortega, sátrapa nicaragüense, lanzó la misma narrativa, compartida por Cuba. Su presidente, Miguel Díaz-Canel, representante de una dictadura en el poder hace 64 años, dijo que la tragedia es “consecuencia de 75 años de permanente violación de los derechos del pueblo palestino”.
No sorprende, empero, el vasallo alineamiento del bloque socialista del siglo XXI con el terrorismo, porque son los mismos regímenes que respaldan la invasión rusa a Ucrania y ofrecen sus territorios para que las Fuerzas Armadas de Putin entrenen. Al mismo tiempo, han suscrito acuerdos militares, económicos y comerciales con Irán, potencia extracontinental que habría provisto el armamento para los ataques a Israel.
Trágico y peligroso que las democracias latinoamericanas convivan con dictadores que ahora se han constituido en socios políticos del terrorismo internacional.
Más aún, son compensados, gratificados por sus trapacerías, como demuestra la inmoral decisión de la Asamblea General de la ONU de incorporar a Venezuela al Consejo de Derechos Humanos, a pesar de que el Alto Comisionado de ese organismo ha denunciado al régimen de Maduro de perpetrar asesinatos, secuestros y encarcelamiento de opositores y que los fiscales de la Corte Penal Internacional han concluido que se cometieron crímenes de lesa humanidad.