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NO VERLA VENIR

Por: César Campos R.

Es cierta la reflexión del congresista Alejandro Cavero advirtiendo que el adelanto de las elecciones generales, tras una hipotética caída de Pedro Castillo y del Parlamento Nacional, no enmendará la crisis política. Las mismas reglas electorales que afianzan un débil sistema representativo con prevalencia de partidos improvisados, caudillistas y plagados de agendas fácticas ligadas a los sectores informales, solo augura algo mucho peor.

Y tampoco le falta razón al politólogo Gonzalo Banda cuando sostiene que el lento proceso de descomposición de nuestra democracia marcha seguro y “solo puede estar madurando un estado de desconfianza mayor donde todos sean enemigos” (“La rutina del fracaso”, EC 04 de mayo).  Y muestro mi acuerdo con Diego García Sayán en la premisa de que lo ocurrido “no es un bache del momento. Es solo parte de un largo proceso tallado a mano y que ciertamente no está causado por el castillismo, cuya gestión solo le añade una visible raya más al tigre. Esto se arrastra al menos por 15 a 20 años”. (“La transición pendiente”, LR, 05 de mayo).

No recuerdo de las personas citadas haber abordado estos problemas con la anticipación que los mismos pronosticaban. Siento más bien un credo compartido hoy lo que ayer muy pocos (casi nadie) levantábamos como herejía: la inviabilidad del modelo político-electoral y el entrampamiento dramático conducente solo hasta el postigo de una guerra civil. Lo primero lo padecemos. Lo segundo está por verse.

Quien esto escribe se vistió de verdadero aguafiestas durante las campañas para elegir al Legislativo complementario 2020-2021, el presidente y Congreso 2021-2026. Una especie de Grinch en medio de la navidad del sufragio adornada siempre por los medios con el pomposo título de “fiesta democrática”. No solo aludo a lo plasmado en esta columna sino a los auditorios virtuales donde expresé mi punto de vista como fueron los casos del directorio de ADEX, la Cátedra Perú de la Universidad San Martín de Porres, el ciclo de “Reflexiones” convocado por José Pardo y muchos más.

Mi desánimo partía de la farsa que abrazábamos en la creencia de votar bajo parámetros justos e institucionales. No habría cambiado mi opinión de haber sido elegida Keiko Fujimori pues su conducta política y la de su mayoría parlamentaria en la etapa 2016-2019 – consagrando a Héctor Becerril como su vocero más efectivo y eligiendo al taimado de Daniel Salaverry titular de la cámara única, solo por citar dos de las más grandes barbaridades perpetradas – desnudaron las carencias de un liderazgo impostado, fallido y torpe que (como reza el último párrafo de la obra cumbre de Gabriel García Márquez) no tendrá jamás una segunda oportunidad sobre la tierra.

No. No todos la vieron venir. O viéndola, ocultaron sus aproximaciones para exhibirse políticamente correctos, que ahora es el maravilloso antifaz de la más perfecta hipocresía.

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