Dice mi amigo Jorge Chávez que “en el Perú, hay 33 millones de entrenadores de fútbol y 33 millones de expertos en turismo”. Aunque algo hiperbólico, es verdad. Casi todos creen que pueden opinar sobre turismo. Contrario sensu, olvidando que el turismo es una actividad transversal, hay quienes sostienen que opinar sobre turismo es un derecho reservado a licenciados, maestros y doctores en turismo.
Lo cierto es que el turismo no es un asunto fácil ni tampoco frívolo. Y en el Perú, mucho menos.
Escribo esto a raíz de un reporte reciente del Instituto Peruano de Economía (IPE) que, entre otras cosas, resume la situación del turismo receptivo en el Perú (el turismo receptivo, como parece obvio, es la visita de extranjeros o residentes en el exterior al Perú, por cualquier motivo que no sea trabajo remunerado acá).
El reporte del IPE señala que, comparado con 2019 (antes de la pandemia), el Perú es uno de los pocos países del mundo que no ha recuperado sus indicadores anteriores. Es probable, agrego yo, que esté en el bottom three. Destaca el IPE que la visita internacional al Perú está todavía al 74% de lo que era en 2019; que el gasto turístico internacional en el país, al 81%; que el empleo turístico aún se encuentra al 90% y que la visita a Machu Picchu, al 95%.
Podríamos desagregar todo esto pero complicaríamos el asunto. Sólo recordemos que Machu Picchu es uno de los atractivos de máxima jerarquía en el mundo, jerarquía 4 le dicen, y que son aquellos que, por sí solos, convocan flujos turísticos internacionales.
¿QUÉ NOS PASA?
La única diferencia del turismo en el Perú con el del resto del mundo es la gestión, y principalmente la gestión pública. Si el turismo receptivo en el Perú no se ha recuperado al mismo ritmo que el de otros países, es por la paupérrima calidad de la gestión turística de los gobiernos, desde la pandemia en adelante, Haber tenido a ministros como Roberto Sánchez, Elizabeth Galdo o Desilú León, que no tienen idea de la actividad, es una auténtica infamia. Haber inundado de burocracia incompetente el Mincetur y Promperú es un completo desastre. Haber entregado múltiples contratos de consultoría a ONGs y firmas sin trayectoria es otra desgracia.
Siempre hubo algo de esto pero nunca tan masivamente como en los últimos cinco a diez años. Los actores del turismo en el Perú están desconcertados y han perdido de toda ilusión en la gestión pública.
El turismo receptivo en el Perú tiene características muy precisas y muy estudiadas. Quienes hemos seguido la actividad sectorial sabemos perfectamente que los visitantes del exterior tienen alta formación académica en promedio, que acuden al país fundamentalmente por motivos especializados (culturales, naturales y de aventura, en ese orden), que en consecuencia privilegia la visita de larga duración (9 a 10 días), lo, que obviamente incrementa el gasto por turista.
El Perú puede y debe aumentar el flujo de visitantes extranjeros, pero es insensato pretender compararse con aquellos destinos que reciben cifras de varias decenas de millones de turistas internacionales. Para poner un ejemplo: Perú no puede compararse con México porque no tiene, como México, una extensa frontera con el principal emisor del mundo: Estados Unidos.
El Perú tampoco puede compararse con México porque el país de los aztecas cuenta con una inmensa oferta de sol y playas (qué moviliza a casi 4/5 partes del turismo mundial) que el Perú no tiene. El turismo se compra antes de experimentarlo directamente, es decir se vende por conexión emocional previa. El turismo de sol y playas se ha consolidado en el imaginario mundial como “arena blanca y mar azul”, nosotros tenemos arena marrón y mar verde.
Cuáles son entonces nuestras ventajas comparativas, que algunos empresarios notables han sabido convertir en ventajas competitivas. La principal es que el Perú es un destino de cultura originaria. Nadie va a encontrar, fuera del Perú, Machu Picchu, Líneas de Nazca o Caral; o Chavín de Huántar, Huacas de Moche o Kuntur Wasi; o Kuélap, Túcume o Tumbas Reales de Sipán. Y me quedo corto.
Organizar esa oferta en productos visitables para mercados especializados es clave. Combinarla con sus respectivos e incomparables paisajes culturales y con actividades de observación de naturaleza y de aventura únicas, no es difícil. Rodearla de opciones de recreación y de alternativas gastronómicas de reconocimiento mundial, tampoco. Es un tema de gestión basada en el conocimiento y en la experiencia exitosa.
Convocar al sector privado competente es indispensable. Ellos la tienen clara y acreditan con su desempeño y resultados la autoridad moral que los califica. Toda la teoría vigente sobre la gestión turística establece que la conducción del turismo tiene que ser público-privada, con indicadores claros y métrica continua. Incluyo acá a aquellas pocas ONGs que han tenido logros indiscutibles como por ejemplo en la Ruta del Sillar en Arequipa. Pero quienes sólo han fracasado (y costado cientos de millones al Estado Peruano y a la Cooperación Internacional) no pueden ser parte de esta gestión convergente.
ACCESO Y SEGURIDAD
Dos elementos cruciales del turismo internacional constituyen, hoy, puntos críticos que deben ser resueltos como condiciones sine qua non para el desarrollo del turismo en el Perú.
Uno, es el acceso internacional al país. El 65% de los turistas extranjeros ingresan al país por el Aeropuerto Internacional Jorge Chávez y, hoy, seguimos operando deficitariamente con el antiguo aeropuerto, habiéndose cumplido todos los plazos para la apertura del nuevo.
Lo que falta en el propio terminal parece poco comparado con lo que falta para completar las vías de ingreso y salida al aeropuerto. Y si bien es verdad hay que determinar responsabilidades y responsables, lo esencial ahora es resolver el problema, crucial para el turismo. Recordemos que lo que se está haciendo ahora es ¡provisional!. No porque se termine lo provisional podemos olvidar la necesidad de alcanzar la solución definitiva a este tema.
Esto es una prioridad nacional. Cualquier discurso es inútil si no se culmina el nuevo servicio aeroportuario, incluyendo el ingreso y la salida al aeropuerto.
Dos, es la seguridad ciudadana y la seguridad turística (no son exactamente lo mismo pero eso lo veremos en otra ocasión). Comencemos por lo primero porque afecta la decisión de viaje. Para un turista es indispensable la seguridad, para él la seguridad consiste en la certeza de retornar a su lugar de origen, lleno de experiencias enriquecedoras, pero esencialmente entero. Si un destino se posiciona como inseguro por cualquier motivo, sea por la amenaza de la delincuencia o sea por la posibilidad de contraer diarreas, entonces los turistas potenciales preferirán otro destino antes que aquél caracterizado por la inseguridad.
Es vital entonces reducir la inseguridad y la percepción de inseguridad. ¿Saben cuál es el destino turístico que, entre 2019 y 2024, más ha crecido en términos porcentuales? Me imagino que sí lo saben o que, al menos, lo sospechan: El Salvador. ¿Saben cuánto creció? 81% en número de visitantes y 206% en términos de ingreso de divisas por turismo. Y esto sin duda se debe al hecho de que hoy es percibido como un destino seguro y antes era totalmente al revés.
El turismo es muy importante y merece una gestión de primer nivel. Hay no poca gente que conoce bien cómo. Y no hablo de grados y títulos, hablo de desempeños acreditados. Dejemos de creer que cualquier improvisado puede estar a cargo y que repetir la misma monserga de hace 20 o 30 años vuelve competente a alguien.