OPINIÓN/Fraternidad Aprista
Por Luis Gonzales Posada.
Se cumplen 130 años del nacimiento de Haya de la Torre fundador, ideólogo y jefe del APRA.
En esta fecha recordamos el emotivo discurso pronunciado por Manuel Seoane, número dos del partido, líder carismático, notable orador, fundador del diario «La Tribuna», escritor y diplomático, a quien sus compañeros llamaban cariñosamente «el cachorro» porque «el león» era Haya de La Torre.
La vida de Seoane fue una epopeya cívica, una larga y aguerrida batalla por la democracia, la libertad y la justicia social. Sufrió largas persecuciones, exilios y atentados contra su vida, como ocurrió en enero de 1934 cuando tuvo que enfrentar a balazos a una brigada policial que intentó detenerlo a la salida del viejo Estadio Nacional. Antes, en la Asamblea Constituyente de 1931, trascendió por su coraje y brillantes e incisivos discursos contra la dictadura de Sánchez Cerro que lo deportó con otros 26 legisladores.
Lo evocamos ahora porque fue Seoane quién introdujo el Día de la Fraternidad es un bellísimo discurso pronunciado el 22 de febrero de 1946, donde dijo:
«Traigo para ti, compañero Haya de la Torre, un recado que viene del corazón del pueblo. Fue dado en el lenguaje sin palabras con que habla el sentimiento popular. Viene de mis discurseadores compañeros parlamentarios que esta vez me miraron en silencio para darlo, y de los trabajadores periodistas de «La Tribuna» que detuvieron su tecla sin decir nada»
«Recado del corazón del pueblo que llega desde el obrero de la fábrica que sabe que nombre tiene la jornada por la lucha de las ocho horas del año 18, y viene también del estudiante que conoce cómo nació la Reforma Universitaria del año 19».
«Recado del corazón del pueblo porque me dieron sin decirlo, la firme mirada del militante sectorial, la voz esperanzada de justicia de trabajadores y de campesinos, la fe de empleados y estudiantes, la ternura constructiva de las madres y el ansia de bondad de las hermanas, las hijas y las novias , el viril optimismo de los jóvenes, la diáfana alegría de los niños, el canto de los pájaros, el rumor de las olas y el tenue estallido de la semilla bajo tierra».
«Recado del corazón del pueblo, porque ya sé que hoy abruma mi voz los encargos sentimentales que vienen de la verde Loreto de los ríos y de la tibia Tacna de la fronteras transidas, que llegan del Cuzco de Santos Atahualpa, donde aún guarda su destino la raíz intacta del Imperio y desde la blanca y soleada tierra abierta de Trujillo, cuna y escenario del manantial sangrante del aprismo de 1932».
«Recado del corazón del pueblo que viene desde más allá de la vida, porque son los ocho brazos izquierdos en alto que llevaron hasta el cielo los marineritos fusilados en el trágico peñón; porque es la sombra católica de Philips y sus compañeros visitando a la muerte en la rocosas pampas ancashinas ; porque son los miles de apristas que aún sobrevuelan en las enrojecidas pampas de Chan Chan, y es la presencia tremenda de Arévalo, que ha regresado de la muerte con sus claros ojos verdes, para decir en nombre de todos los que emprendieron el viaje sin retorno: también estamos aquí presentes, compañero jefe».
«Que otros digan o elogien el pensamiento o la acción del compañero jefe. Yo sólo traigo un recado sentimental y emotivo, porque este no es un acto de definición política, de exhibición doctrinaria, de orientación polémica. Este es un acto que parte y que llega desde las zonas más elevadas y profundas que la simple coincidencia ideológica».
«Si alguien interrogara por qué damos este extraordinario realce al onomástico del Jefe, responderíamos porque él es un guía y un ejemplo, y como es él, tierno y sacrificado, hermano de todos, especialmente de los humildes y débiles, en el dulce pueblo aprista, esta vez sin consulta al Congreso, por mandato imperativo de abajo arriba, ha resuelto consagrar de hoy en adelante y hasta cuando seamos polvo de viaje a las estrellas, el 22 de febrero como el Día de la Fraternidad Aprista».
En los locales partidarios, en las grandes ciudades y pequeños distritos, en la ciudad y el campo, en asentamientos humanos y pequeños villorios, en las iglesias y en la intimidad de nuestros hogares, las familias apristas, que son una gran hermandad desde hace 100 años, evocamos con respeto y ternura la figura del compañero jefe, que siempre tendrá encendida una vela votiva en nuestros corazones.