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OPINIÓN/ Los argumentos del miedo

NO ATRACO


Escribe: Elmer Barrio de Mendoza

 

Un país conectado con el mundo tiene un horizonte económico asegurado. No se puede desperdiciar esta gigantesca oportunidad porque algunos tienen miedo.

Hace tiempo vengo escuchando decir, a algunas personas valiosas, que Dina Boluarte debe quedarse como presidente hasta el 27 de julio de 2026. Y estoy hablando de gente que es muy consciente de la incapacidad e impopularidad de la presidente y de todo su gobierno.

¿Qué hay detrás de este punto de vista cuando todas las encuestas coinciden en que la aprobación presidencial es de 3 o 4%? Si tomamos en cuenta el margen de error, nuestra mandataria circunstancial podría estar bordeando la nada. Y en la nada no se puede habitar cuando hay por delante un larguísimo trecho de un año y ocho meses.

Veamos los argumentos que más frecuentemente se utiliza para sustentar esta postura que, evidentemente, no coincide con la percepción social.

El período constitucional

Todo lo que dice la Constitución es constitucional. Es cierto que el período de gestión presidencial es de cinco años. Pero también es cierto que la Constitución se pone en el escenario en que ése período no se cumpla. De hecho, así ya sucedió con Kuczinsky, con Vizcarra y con Castillo, porque el artículo 113° de la Constitución lo contempla explícitamente. Ergo, la vacancia es totalmente constitucional. Otro tema es si se cumplen las causales que en dicho caso están previstas, particularmente la de incapacidad moral permanente.

Pero la mentira hebdomadaria por parte de la gobernante y sus secuaces, para la mayoría del país, es claramente percibida como incapacidad moral permanente. Y así pasó con Kuczinsky, que renunció antes de que lo vacaran, y también con alias Lagarto, que decidió ponerse bravucón con el Congreso y fue defenestrado constitucionalmente.

Hubiera sucedido lo mismo con Castillo pero, el presidente decidió anticiparse y dio un Golpe de Estado, violando el artículo 45° de la Constitución (nadie puede ejercer el poder sin respetar los límites y responsabilidades que establecen la Constitución y las leyes) y activando de inmediato su artículo 46° (nadie debe obediencia a un gobierno usurpador).

Por tanto, la vacancia es plenamente constitucional. Si algunos actores políticos, si algunos congresistas, lo quieren discutir no es porque se viole una letra de la Constitución, es simplemente porque no les conviene.

¿Y por qué no les convendría?

Primero, lo evidente: ningún beneficiario del statu quo, ningún congresista, quiere perder el último centavo de remuneraciones (y otros “ingresos” adicionales) que obtendría si se quedara hasta el 27 de julio de 2026. No obstante, eso cambiará el 12 de abril de 2025, una vez que Dina Boluarte convoque a elecciones generales. Nadie necesitará a la dama de los afeites nunca más. Y ya veremos si no la vacan.
Segundo, porque (todos o casi todos) tienen bosta que ocultar y usarán (todos o casi todos) ese último año para limpiarse mutuamente y para dedicarse a sus últimos chanchullos. Necesitarán una pieza de sacrificio y Dina se pinta perfecta para ese rol.

Limpiar el sistema electoral

Como los promotores del movimiento “Dina debe quedarse” no deciden mostrarse como tales, buscan todo tipo de pretextos y ahora que ya saben que, atendiendo al calendario, pueden deshacerse de Dina, sin perder sus expectativas pecuniarias, tendrán que bajar el volumen de determinados argumentos antes fieros. El principal es el “fraude” de 2021.

No se puede adelantar las elecciones porque el sistema electoral está tomado por rojos y caviares, gritaban antes y apenas susurran ahora, pero nunca dejan de acudir a ese presunto axioma. Cuando susurran recuerdan que los jefes de la ONPE y el RENIEC han sido ratificados por la actual Junta Nacional de Justicia.

A ver, la democracia es un sistema de gobierno que sólo funciona porque tiene un conjunto de reglas y porque ese código de reglas se respeta y se cumple. Es probable que, en 2021, haya habido adulteración de la voluntad popular en algunas mesas (quizá las suficientes para torcer el resultado final), pero no al punto de objetar que Castillo obtuvo una votación masiva y que su triunfo gozaba de verosimilitud. Lo indiscutible es que los procedimientos se cumplieron, las autoridades electorales eran las correspondientes y que las resoluciones finales fueron tomadas de acuerdo a la normatividad vigente a ese momento.

Ya está. Castillo fue presidente y se autodestruyó. Boluarte lo reemplazó, eso era lo constitucional, y se está autodestruyendo.

Quienes hoy pudieran maquinar un presunto fraude, ya no están o ya no estarán. Primero, hay una completa reestructura del Jurado Nacional de Elecciones. Segundo, está por cambiar radicalmente la composición de la Junta Nacional de Justicia, que es la que nombra y sanciona, cuando corresponde, a los jefes de ONPE y RENIEC. El argumento del posible fraude es totalmente absurdo, por no decir imposible.

En resumen, los dos grandes supuestos que harían presumir que es razonable que esta tortura llamada Boluarte se prolongue casi dos años más ya no existen. En lo personal, creo que nunca existieron: el cambio de miembros del JNE y de la JNJ se produjo también en virtud del calendario.

La verdadera razón

Entonces ¿cuál es la verdadera razón para no vacar a Dina antes del 12 de abril? Pues la misma de los tres motivos del oidor: miedo, miedo y miedo.

¿Miedo a qué? A perder la próxima elección presidencial. Hace poco, lo dijo con todas sus letras un reconocido comunicador de derecha (es autodeclarativo, así que no es epíteto). Y hace bien en decirlo porque quienes se resisten a unirse, a pesar de que piensan lo mismo, nunca ganarán una elección. Temen que cualquier candidatura de izquierda los haga morder el polvo de la derrota en una eventual segunda vuelta.

Como no quieren unirse y prefieren ser treinta candidatos en lugar de uno o dos, fracasarán sin duda. El lenguaje simplón de la “batalla cultural“ los ha seducido al punto de que es una batalla de todos contra todos. No aceptan la idea de organizar elecciones primarias entre candidatos de ideas afines y terminan votando por el que consideran su enemigo antes que por aquél (o aquella o aquelle) que piense parecido. Así, por supuesto, es lógico que tengan pánico. Díganlo claro entonces: mi estrategia electoral es llegar con el 12% a la primera vuelta y ganar (si puedo) en la segunda. ¡Qué miedo!

Unidad y gobierno nacional

Al contrario de los batalladores culturales, el Perú debe darse cuenta de que está varios peldaños arriba en materia económica y no volver a discutir lo mismo que costó tanto lograr. La disciplina monetaria está garantizada por un buen rato. La disciplina fiscal todavía no se ha roto, a pesar de los muchos intentos recientes. Perú es un referente macroeconómico para Latinoamérica y para el mundo.

La alianza económica con China, mientras no se vuelva dependencia y mientras podamos negociar si no con fuerza sí con inteligencia, apuntando al multilateralismo, sólo puede reportarnos ventajas esenciales en materia de captación de inversiones y de conectividad, incluso bioceánica.

Un país conectado con el mundo tiene un horizonte económico asegurado. No se puede desperdiciar esta gigantesca oportunidad porque algunos tienen miedo.

Hay un ejército de peruanos, pequeño pero potente, que está produciendo ideas de gestión pública, coherentes e implementables, que pueden comenzar a ponerse en práctica en menos de una semana. Imaginemos por un rato que ese ejército se junta, independientemente de la postura ideológica de sus integrantes, con sólo dos condiciones: respeto intelectual al otro y voluntad política de conducir al país, con estrategias sectoriales consistentes, hacia su máximo desarrollo, con la convicción de que la renta que genere este modelo de unidad nacional debe beneficiar, en términos productivos y no parasitarios, a cada uno de los peruanos.

Conozco personalmente a diez que lo harían estupendamente bien.
Para eso, no cabe el miedo como razón, sólo cabe la convicción. La acción política concreta demostrará qué esto sí es posible. Así las cosas, comenzaremos a ser una nación.

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