En plena campaña se convierten en potros de bárbaros Atilas y al finalizar la misma son los heraldos negros que anuncian la muerte política de sus asesorados.
Mientras avanza el desmoronamiento del estado (con su dos gráficas mayores patentadas esta semana: el colapso del puente de Chancay y la extinción del proyecto especial Legado Juegos Panamericanos) y los pilares de la anarquía se yerguen sin pausa corroborando que la informalidad rige la vida común de nuestro país, la pantomima electoral prevista para el 2026 también camina inexorablemente.
El Perú siempre ha sido terreno fértil para los mundos paralelos. La ficción y la realidad, lo aparente y lo conciso, la dermis y la epidermis conviven dentro de los espacios cínicos, abiertamente hipócritas construidos bajo esa gran mentira llamada República. Hasta los roles sociales y las líneas aspiracionales se cruzan según la música de tales espacios. La novela “El retablo de los ilusos” de Francisco Vegas Seminario me releva ampliar esta cruda aseveración.
En medio de este cuadro y visto el escenario del cambio de mando presidencial así como la renovación del Congreso (ahora con dos cámaras), salta a la palestra un dudoso gremio, un sobrestimado núcleo de aventureros provistos de una verborrea incontenible y capacidad de crear necesidades inigualable: los estrategas políticos.
Parafraseando el verso de Vallejo, son pocos pero son. Abren zanjas oscuras en los fieros (pero luego complacientes) rostros de los candidatos. Y cargan sobre los lomos de estos (antes fuertes y luego debilitados) las facturas y recibos por honorarios que ascienden a los ocho dígitos. En plena campaña se convierten en potros de bárbaros Atilas y al finalizar la misma son los heraldos negros que anuncian la muerte política de sus asesorados.
Y esa muerte no implica solo la eventual derrota en las urnas. No. También alcanza el destino de los ganadores, sobre todo cuando los estrategas juegan a consagrar triunfos por odio a un determinado adversario para luego abrazar la inconsecuencia de desentenderse de quien apoyaron. El juego de “te ayudo a ganar pero no a gobernar”. Un oficio sencillo y sin compromiso que permite circular entre otros muchos candidatos locales e internacionales bajo la aureola de un paradigma exitoso.
Por supuesto y como en todo hay excepciones. Un estratega respetable de estos tiempos debería comerse el azúcar y la sal de los que pretenden el poder. Sabiéndonos presa de mecanismos influenciables cuyos rangos tecnológicos alcanzan terrenos insospechados (puestos en evidencia en el Brexit y la primera elección de Donald Trump como presidente de los EEUU), nada sirve valorar las campañas por el mero ascenso a la línea de mando sino por el ejercicio óptimo de esta administración. En ambos filos debe caminar el buen estratega enseñando a comunicar, empatizar, transparentar y decidir.
En estos tiempos de polarización y con los ejemplos vigentes de Trump, Javier Milei o Nayib Bukele – sin medias tintas – me temo que en el Perú predominarán los estrategas inclinados a aconsejar el endurecimiento del lenguaje político. Enojarse y embravuconarse resulta tentador y definitorio. El asunto es en quiénes calza con naturalidad este patrón de conducta y quienes forzarán la imagen sin corresponderle. Y la otra interrogante es: ¿ganará el que más grite, ofrezca fusilamientos de corruptos y ponerle fin mañana a la ola criminal padecida por todos nosotros?
Los estrategas ya están lanzando sus redes a los 40 partidos registrados en el JNE y, sin duda alguna, serán visibles más temprano que tarde a través de los aciertos o derrapadas de los candidatos.