(El Montonero).- El Perú, en términos institucionales y económicos, se asemeja a un edificio que mantiene sus estructuras y cimientos en pie, pero que tiene las ventanas y puertas rotas y destruidas por explosiones enemigas. Y, evidentemente, una de las estructuras más resistentes es la economía nacional que sigue sosteniendo a la peruanidad.
Se desploma nuestra capacidad de crecer económicamente
Las sumas y restas indican que el Perú crecerá este año más de 3% del PBI, una de las mejores expansiones económicas en la región. Ante este resultado algunos se llenan de optimismo y consideran que estamos en el mejor de los mundos. Sin embargo, se trata de un resultado extremadamente mediocre porque, con estos números el Perú no puede seguir reduciendo la pobreza. Vale recordar que de cada tres peruanos uno debe considerarse pobre.
¿Cómo un país bendecido por la geografía –allí están el puerto de Chancay y el Puerto Espacial en Piura– y dotado de tantos recursos naturales puede crecer a estas tasas que no superan el crecimiento promedio mundial?
Si bien el Perú, luego de un vertiginoso crecimiento en la primera década del nuevo milenio, comenzó una lenta involución económica a partir del 2012 –con el bloqueo de los proyectos mineros y el inicio de una feroz burocratización del Estado– es evidente que el triunfo de la propuesta antisistema de Pedro Castillo nos sacó de cualquier tendencia constructiva. Se produjo un desplome de la inversión privada y la mayor fuga de capitales del último medio siglo, una fuga que sobrepasó los US$ 15,000 millones. Recuperar el daño que causó Castillo demanda tiempo y un triunfo electoral de la centro derecha en el 2026.
Sin embargo, Castillo solo es el resultado de la tendencia a la involución política, económica y social que comenzó varios años atrás. En la segunda década del nuevo milenio las narrativas del progresismo y de las izquierdas antisistema en contra de las inversiones en minería, agroexportaciones y otros sectores claves de la economía explican la conversión del Estado peruano en uno de los más sobrerregulados y burocráticos de la región. En el sector minero se pasó de exigir 15 procedimientos a más de 265.
La burocratización del Estado, al lado de la judicialización de la política, detuvieron enormes inversiones en minería, agroexportaciones, turismo, construcción e infraestructuras. A este proceso se sumó la creación de sistemas tributarios y laborales sobrerregulados que no alientan la inversión y la reinversión y que bloquean los contratos fluidos de trabajo. Y si además les sumamos la lentificación e involución en la reforma de la educación y el sistema sanitario, entonces tenemos la explicación completa de por qué apenas crecemos fracciones sobre el 3%.
El PBI potencial del Perú –capacidad de producción de la economía sin generar inflación– hoy apenas está entre el 2.5% y 3% del PBI no obstante que el Perú podría estar entre el 6% y 8%. En la primera década del nuevo milenio el PBI potencial estaba en 6%, pero la economía crecía por encima de esa posibilidad.
El Perú, pues, ha llegado al borde del abismo por el desplome en nuestra capacidad de crecer económicamente debido a la involución económica, la sobrerregulación y burocratización del Estado y la ausencia de reformas de segunda generación. Sin exagerar se puede sostener que nuestra sociedad está en un callejón con una sola salida: las reformas para incrementar el PBI potencial.
Por ejemplo, sin infraestructuras y sin reforma educativa el puerto de Chancay se convertirá en una nueva oportunidad perdida para desatar prosperidad en toda la sociedad. Sin una fuerza laboral capacitada y con gran capacidad de innovación, Chancay y el Puerto Espacial se convertirán en enclaves tecnológicos aislados de la sociedad, tal como sucedía en las primeras décadas del siglo pasado con los enclaves mineros y agroexportadores.
Si el Perú no quiere involucionar hacia el estatismo empobrecedor de Venezuela, entonces únicamente le resta la alternativa de reformar y reformar su Estado y su economía.