Si es que los peruanos tenemos algunos pocos puntos de acuerdo político, la perspectiva electoral debería ser sencilla. Sin embargo, está claro que, ahora, no lo es.
¿Podemos inferir, a partir la ausencia de una opción política clara, que no hay consenso posible en el Perú? ¿O simplemente debemos deducir que la falta de un liderazgo visible no permite darle expresión política a un consenso que sí existe?
Ése es el dilema que más de 25 millones de peruanos deberemos responder muy pronto.
¿Estamos de acuerdo en algo?
Creo que una gran mayoría de peruanos anhela hoy tres cosas:
Detener de manera efectiva la delincuencia desatada. Queremos estar seguros de que los criminales estarán debidamente presos en un plazo muy corto. Y que, si enfrentan a las fuerzas del orden, serán fuertemente reprimidos aun si eso significa su muerte (aunque preferiría no hacerlo, debo precisar que la protesta social pacífica no es criminalizable). Este logro implica desputrificar el Sistema de Justicia en paralelo. No hay nada que negociar al respecto.
Crecer económicamente a un ritmo que permita generar creciente empleo digno, facilitando para ello la inversión compatible con la protección del entorno natural y cultural. Queremos ver esa inversión materializada en infraestructura moderna y en desarrollo tecnológico. Que el Estado se ocupe de la educación y salud públicas de calidad como su prioridad. Y esto parte de la seguridad alimentaria y del sistema sanitario del país.
Tener un Estado soberano que defienda el bienestar general de sus ciudadanos y la respetabilidad internacional del país. Queremos que esto se traduzca en contratar del modo más limpio posible, con la mayor presencia del capital humano nacional que se pueda gestionar. Y también en que las inversiones que acojamos sean líderes en energías renovables y gestión sostenible y, por supuesto, que nuestra capacidad de defensa nacional esté adecuadamente garantizada, así como también la de prevención y respuesta de desastres naturales cíclicos.
Quizá pasé algo por alto pero creo que todo el país estaría feliz de que esas tres cosas se lograran. Pienso en la inutilidad del Acuerdo Nacional, cuyas propuestas de política pública casi nadie conoce o que ya olvidamos casi por completo. E igual pienso en instancias de discusión, de menor jerarquía y de diferente fuente, que sólo son escenarios para iniciados que, por definición, son pocos y que están mucho más interesados en generar dinero contra ningún beneficio real que no sea el bienestar de los propios iniciados.
“Brindo, dijo uno de ellos en los noventa y con unos tragos encima, por nuestros éxitos en la lucha contra la pobreza, al menos la mía ya está completamente superada”. Lo dijo en broma… pero resultó en serio.
Y, por supuesto, la lucha contra la pobreza les quedó corta. Entonces vino el género y luego las muchas otras cosas (lo llaman interseccionalidad) de las que podrán seguir medrando.
Bueno pues, corríjanme si estoy equivocado: orden y seguridad, crecimiento sostenido y empleo decente y soberanía nacional con sostenibilidad y modernidad, ése sería un acuerdo nacional real y no veo que nadie lo ponga en blanco y negro. Hay maximalismos y minimalismos que suenan bien pero que no nos dicen cómo lo harán, con qué indicadores mensurables y en qué plazos.
Si no estoy equivocado, los peruanos sí sabemos que tenemos un consenso. Entonces, dónde estamos fallando.
¿Quién puede personificar ése consenso?
No se turben, no pienso dar ningún nombre. Sólo pienso que necesitamos encontrar un hombre (o una mujer) que represente la posibilidad de lograr esos tres objetivos en cinco años. O, mejor dicho, alcanzarlos de tal modo que no pueda haber nadie que después intente el camino inverso. Es decir, convertirnos en un país viable, como parece hoy ser Uruguay, y hacer de la política una actividad que privilegie nuestro bienestar y no el de los titulares quinquenales del gobierno de turno.
Así podremos ampliar los objetivos y desarrollar todas nuestras diferencias sabiendo que, estando de acuerdo en lo esencial, toda discrepancia estará marcada por la continua búsqueda del bienestar general de los ciudadanos y no por exacerbar sus desacuerdos.
Si esa mujer (u hombre) apareciera en nuestra imagen colectiva y le diera sentido a una visión compartida de país, estaríamos por fin convirtiéndonos en una nación.
Estas próximas elecciones serán probablemente las últimas en que los electores puedan optar por alguien (aún no sé quién) que los represente por las razones correctas, es decir por aquello en lo que estamos de acuerdo. Una vez más: orden y seguridad, crecimiento sostenido y empleo decente y soberanía nacional con sostenibilidad y modernidad.
Estamos fallando en identificar a quien represente esto. Y, por supuesto, los varios candidatos autopropuestos no nos obsequian, de modo verosímil, esa oferta. Así que, por ahora, tenemos aspirantes pero no candidatos y de este modo iremos a una segunda vuelta con ganadores de la primera que no alcanzaron el veinte por ciento. Y eso no debe (no puede) ser.
Todos los candidatos-cascarón deben desaparecer. Lo ideal sería porque se subsumen en una alianza (así continuarían existiendo). Lo otro es más simple: que desaparezcan porque nunca debieron existir. Lamentablemente harán que la cédula electoral sea más grande y confusa, pero si eso quieren, les daremos el gusto… de extinguirlos.