El proyecto de ley aprobado en la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso, que amplia las funciones de la Agencia Peruana de Cooperación (APCI) en el control y fiscalización de los recursos de las oenegés, ha desatado un interesante debate sobre el “papel de las organizaciones de la sociedad civil” y también del papel de los partidos políticos.
Debate que definirá el futuro de la libertad y las instituciones en el Perú
¿A qué nos referimos? Los detractores de la decisión de ampliar las funciones de la APCI señalan que se están restringiendo los derechos de participación ciudadana –consagrados en la Constitución– a través de las llamadas oenegés. Al margen de que el control y fiscalización de los recursos no tiene nada que ver con los derechos de participación pública, desde aquí nos preguntamos por qué no se levantó la misma voz frente a las sobrerregulaciones en contra de los partidos políticos, sobre todo en lo referente al financiamiento del sector privado. ¿Por qué la sobrerregulación de los partidos es buena mientras se protesta cuando se trata de fiscalizar a las oenegés?
Desde nuestro punto de vista, lo que está detrás de la grita en contra de la ampliación de las funciones de la APCI y de la propia Sunat en la fiscalización de los recursos de las oenegés es la estrategia progresista de gobernar sin formar partidos ni ganar elecciones, tal como ha venido sucediendo en el Perú en las últimas dos décadas.
Vale precisar que los sistemas republicanos o las sociedades abiertas solo han funcionado a través de sistemas de partidos o, para ser más precisos, de partidocracias. Es decir, un sistema en el que los partidos son el eje y núcleo del poder, más allá de las corrientes en la opinión pública y las movilizaciones de las instituciones de la llamada sociedad civil. Las democracias modernas más longevas –es decir, el Reino Unido y los Estados Unidos– funcionan institucionalmente a través de los partidos, porque toda la legislación está orientada a fortalecerlos.
La estrategia progresista en la mayoría de las sociedades occidentales y en América Latina, por el contrario, ha estado orientada a debilitar y destruir a los partidos políticos. De allí que en Perú, incluso, Vizcarra haya convocado a un referendo para limitar el financiamiento privado a los partidos. En las mayores democracias del planeta existe libertad absoluta para el financiamiento privado, pero se exige que sean bancarizados y declarados ante la autoridad tributaria. Asimismo, de allí también que en el Perú se fomente abiertamente la fragmentación política con la legalización del transfuguismo por decisión del pasado Tribunal Constitucional, que tenía magistrados con plazos vencidos.
Es en este contexto en que el progresismo, o el llamado sector caviar, se opone a la fiscalización de los recursos de las oenegés. En Perú las oenegés ambientales han establecido todas las sobrerregulaciones habidas y por haber, bloqueando inversiones en minería, agricultura, pesca y diversos sectores económicos. Igualmente las oenegés son las responsables directas de la caída de la productividad de las empresas mineras en el corredor vial del sur y explican la parálisis de más de US$ 18,000 millones de inversiones en Cajamarca. En síntesis, las narrativas y fábulas anti inversión de las oenegés son la directa explicación de una nueva década perdida para el crecimiento y desarrollo.
Una de las cosas más dramáticas de esta situación es que, de una u otra manera, algunas oenegés suelen estar financiadas por los competidores mundiales del Perú en minería, agroexportaciones, pesca y otros sectores decisivos para el desarrollo nacional.
Renunciar a fiscalizar y controlar los recursos de las oenegés, pues, es una forma de renunciar a la soberanía nacional. A este paso, por ejemplo, las economías ilegales del país y de la región, los centros del fundamentalismo islámico y otros enemigos de los sistemas republicanos occidentales podrían financiar estrategias para avanzar en el control político del país.
Por todas estas consideraciones, es que el Perú debe apostar por la partidocracia, el único modelo que ha construido verdaderos espacios de libertad en el mundo moderno. El motivo: los partidos son controlados, rechazados o empoderados por el sufragio nacional. Y las instituciones de una república son más saludables y alcanzan longevidad cuando están más cerca de la soberanía ciudadana, tal como sucede en la gran república de los Estados Unidos.