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PERÚ SIGUE PERDIENDO OPORTUNIDADES EN EL COBRE

El Congo desplazó al Perú como segundo productor mundial de cobre, con una producción anual de 2.84 millones de toneladas, mientras que nuestro país avanzó a producir 2. 75 millones de toneladas del metal rojo. A pesar de la noticia adversa, la producción nacional se incrementó en 12.7% con respecto al 2022 (2.4 millones de toneladas).

El metal del futuro otorga al país un gigantesco potencial

Sobre el tema, en la última edición semanal de Minería, publicación oficial del Instituto de Ingenieros de Minas del Perú, se informa que el incremento de la producción nacional de cobre se explica porque Las Bambas volvió a operar a plenitud en el segundo semestre del 2022 y también por la continuidad de Quellaveco. Entre ambas minas representan el 22.6% de la producción nacional.
Sin embargo, el Perú tiene el 10% de las reservas mundiales de cobre y está entre los tres primeros países con mayores reservas del metal rojo. Chile continúa siendo el país con mayor potencial cuprífero del planeta. Por estas razones, del total de la cartera de proyectos mineros del país –que suman más de US$ 54, 000 millones– más del 70% corresponde al cobre. En este contexto, ¿cómo es posible que el Congo haya desplazado circunstancialmente al Perú de la segunda ubicación mundial? La única explicación tiene que ver con nuestros problemas internos: desde la tramitología que ahoga y bloquea proyectos de exploración y explotación hasta la conflictividad social y la permanente crisis política del país.
En la señalada edición de Minería, por ejemplo, se informa que un estudio del Instituto Geológico, Minero y Metalúrgico (Ingemet) del 2013 establece que, desde esa fecha hasta la actualidad, entraron en operaciones Las Bambas, Constancia, Quellaveco, Mina Justa y la ampliación de Cerro Verde y Toromocho, posibilitando que la producción de cobre se duplique. Sin embargo, desde el 2013 existían 18 proyectos de cobre que contaban con el Estudio de Impacto Ambiental aprobado y procesos de exploración avanzada, entre los que estaban Minas Conga, Tía María, La Granja, El Galeno, Río Blanco, Los Calatos, Cañariaco, Los Chancas, Haquira y Michiquillay, entre otros.
La sensación de que el país pierde oportunidades se agrava cuando comparamos cualquier indicador económico o social con la situación de la pobreza monetaria. Hasta antes de la pandemia y el gobierno de Pedro Castillo, por ejemplo, la pobreza afectaba al 20% de la población. Luego del desastre de Castillo y las campañas por la constituyente y la nacionalización de los recursos naturales, la pobreza se acerca peligrosamente al 30% de la población. Cuando los precios del cobre se incrementan por la demanda del metal por la producción de autos eléctricos y las energías renovables, ¿cómo es posible que el Perú aumente pobreza? Inaceptable.
¿Cómo así un país bendecido por las reservas mundiales de cobre sigue aumentando pobreza? De alguna manera semejante situación nos recuerda a Venezuela, el país con las mayores reservas de petróleo del planeta, que generaliza la pobreza en la mayoría de su población.
Es evidente que la explicación de esta situación está en la sobrerregulación de los procedimientos mineros ante el Estado, que ha fomentado el progresismo con el argumento de proteger “el medio ambiente y los recursos hídricos”. Una tendencia negativa que se consolidó desde los bloqueos de Conga y Tía María con el famoso estribillo de “agua sí, oro no”.
Para entender la magnitud del daño que causan las corrientes de izquierda y los sectores del radicalismo antiminero en contra de la producción de cobre nacional, vale señalar que si los proyectos mineros bloqueados desde el 2013, que cuentan con EIA, estuviesen en ejecución, a pesar de todos los problemas, el Perú no dejaría de crecer sobre el 5% anual y la pobreza se ubicaría debajo del 15% de la población. Igualmente, Cajamarca, hoy el departamento más pobre del país, tendría uno de los ingresos per cápita más altos en el territorio nacional.
El daño que causa el radicalismo anti inversión, pues, se asemeja al daño que causaría un ejército invasor en el país.
TOMADO DE: EL MONTONERO

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