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¿RESIGNACIÓN?

Escribe: Elmer Barrio de Mendoza

 

Dina es Dina, como Pedro es Pedro, son ocupas de Palacio de Gobierno que nunca tuvieron idea de qué hacer ni tampoco de los modos aceptables para el hacer o siquiera para el no hacer.

 

Dudo que exista peruano que haya visto el paseíllo gradiente de Joe Biden, tomando de la mano a Dina Boluarte (cual fan enamorada ella) que no haya evocado el estupefaciente apachurre que le propinó el presunto delincuente Agustín Lozano, dueño y señor de la Federación Peruana de Fútbol hasta que la suerte (o la FIFA) próximamente lo abandone. Aquella vez la Jefe de Estado fue a desear (¿mala?) suerte a la selección.
Claro que Biden no es Lozano y es altamente improbable que desconozca que no es protocolar conducir de la mano a la presidente de otro país por más soltera que sea y por más dispuesta que esté.
Por eso sospecho que lo que pasó fue lo siguiente: el sucesor (y de repente antecesor) de Trump ofreció la mano a Boluarte para guiarla a la escalera y la sucesora de Castillo (y antecesora de lo desconocido) no se la soltó mientras pudo evitarlo.
Esta vocación por el descenso conductual de alguien que está fascinada por las luces de un poder precario es tan evidente como irremediable. Dina es Dina, como Pedro es Pedro, son ocupas de Palacio de Gobierno que nunca tuvieron idea de qué hacer ni tampoco de los modos aceptables para el hacer o siquiera para el no hacer.
Dina mintió al Congreso y al país afirmando que tenía una audiencia privada con el octogenario presidente norteamericano en la agenda oficial. Logró los votos que necesitaba en el Congreso para el viajecito a punta de esta mentira flagrante y a cambio de no sabemos qué.
No recuerdo una imagen tan penosa desde que Alejandro Toledo tomó de los cachetes a la reina Sofía para estamparle sendos besos acompañados probablemente del aroma combinado de Givenchy y Johnny Walker. Eso no se hace.
Pero no es un asunto de formas solamente. El contenido es incluso peor. A la frivolidad acompaña una profunda incomprensión de la estrategia. La incomprensión es tan extrema que llega al desentendimiento.

No hay norte

Si el gobierno Boluarte hubiera asumido, desde el primer día, que era uno de transición y hubiera anunciado la convocatoria a elecciones generales para 2024, su destino sería otro. Garantizar la estabilidad económica, controlar la seguridad interna y asegurar el clima óptimo para el cambio de gobierno. La estrategia estaría clara, sus principales líneas también e igual sería la primera mujer en ejercer la Presidencia de la República en toda la historia del país. Hoy estaríamos pensando en a quién votar y la trifulca habría sido menor.
Pero no fue así, Dina no sólo quería ser la primera presidente, quería ser una notable presidente y quería gobernar hasta el 28 de julio de 2026. Eso fue lo que dijo en su discurso de asunción y, por supuesto, exacerbó pasiones cuando había que aplacarlas.
Digamos en su favor que la Constitución la asiste (aunque eventualmente no la realidad). Bueno pues entonces que al menos diga a dónde apunta y cómo lo piensa hacer. Gobernar exige más, mucho más, que administrar una transición. De pronto, entramos en recesión, perdimos el control territorial y la delincuencia campea, la lucha contra la corrupción marcha como el cangrejo y los que ayer llamamos héroes hoy son evidentes cómplices de los mayores corruptores.
La culpa es del Covid, la culpa es de las protestas descontroladas, la culpa es de Yaku y ya viene El Niño. Por favor prescindamos de las valoraciones y simplemente recordemos que en las últimas décadas pasó de todo en el país (terrorismo, hiperinflación, guerra externa, crisis financiera mundial) y que nunca aceptamos que nadie lo usara como excusa para no gobernar. No digo no gobernar bien, digo no gobernar.
Los congresistas rápidamente comprendieron que podían soñar con 2026. Sólo hacía falta flotar. Eso creyeron. 2026 no está cerca. Falta recorrer más de 30 meses y nada indica que este gobierno mejorará.

 

El deterioro continuará

El gabinete está en parte agotado y en parte extraviado, la presidente es un holograma y el Congreso es el mercado negro. Y esto se replica a nivel regional y municipal. Hay quien lo define acertadamente como anomia. Nadie confía en nadie. Estamos en desgobierno y avanzamos al vacío de poder. Cualquier aventurero y cualquier organización puede montar esta ola hasta que se vuelva tsunami. Lo estamos viendo suceder y, mientras lo vemos,  escucho a muchos decir: lo mejor es esperar a 2026.
En 2026 no habrá mejor, sólo habrá peor. Si llegamos en democracia.
El argumento principal de los dinistas por resignación es que no hay líder en posición de reemplazarla y que, en esa situación, la izquierda radical puede volver a ganar. No sé qué les asegura que sí habrá tal líder en 2026. Yo diría que lo más probable es todo lo contrario.
El de Boluarte es, constitucionalmente, el mismo gobierno de Castillo. Y por eso es constitucional. Negar lo evidente es una pésima manera de argumentar a favor de cualquier cosa. Un cambio real de gobierno exige una disposición transitoria especial que permita adelantar las elecciones generales. Ya no es posible hacerlo en 2024, tendrá que ser en 2025.
Repito, el deterioro continuará porque el gobierno está dirigido por cuadros muy medianos que cometen todos los errores imaginables y algunos inimaginables. Sus propias limitaciones garantizan que así seguirá siendo y nada indica que algún profesional de alta competencia y prestigio internacional esté dispuesto, ahora, a subir a un barco que hace agua por todos lados.
Sólo un hecho político contundente romperá la actual monotonía, en curso al despeñadero. Ese hecho político tiene que incluir la participación de la sociedad civil, que no es una sumatoria de ONGs y de un conjunto de membretes de discutible representatividad sino más bien la sumatoria de organizaciones con reconocimiento social cuantificable que intervienen cotidianamente en la gestión democrática, de acuerdo a su nivel y competencia.
En artículo anterior propuse que esta movilización social se encauce hacia el adelanto ordenado de elecciones para 2025 mediante iniciativa legislativa de la ciudadanía y que en paralelo se consiga la gestación de un gabinete autónomo de salvación nacional, con personalidades con ejecutoria acreditada en cada sector y su subsector de la administración pública. Ahora daremos un paso más.

 

La fórmula

En esencia se trata, primero, de proponer y alcanzar un texto consensual para el adelanto ordenado y pacífico de elecciones generales . Me permito sugerir un borrador:

 

DISPOSICIÓN TRANSITORIA ESPECIAL

Primero. – La Presidente de la República y los Congresistas proclamados en las Elecciones Generales de 2021 -y aquellos que asumieron sus cargos en tanto accesitarios culminarán su período de gestión el 27 de julio y 26 de julio de 2025.
Segundo. – Se convoca a Elecciones Generales para el primer domingo de marzo de 2025
Un consenso amplio y rápido sobre el texto permitirá proceder a la recolección de firmas hasta sumar un millón de suscripciones y que sea indiscutible que se trata de una gran demanda nacional.
Superada la fase administrativa, el Ejecutivo y el Congreso competirán por quien la impulsa primero. Lamento admitir que un factor que así lo permitirá es que habrá más de 20 meses de remuneraciones aseguradas y tiempo para deshacer algunos entuertos.
¿Reformas electorales? Sólo si hay tiempo y no como condición. ¿Cambio de autoridades electorales? Mejor no. No es necesario dar armas al enemigo. Basta con la sociedad movilizada para evitar cualquier fraude.
Ahora bien, los partidos y sus lideres tienen un deber adicional: renunciar. No puede haber 30 candidaturas, ni 20, ni 10. Si no deponen ambiciones absurdas, que la sociedad movilizada los sancione extinguiendo sus nombres y membretes.
La política no es un negocio ni un seguro de impunidad ni un terreno de ensayo. Si así ha sido mucho tiempo es tiempo de cambiarlo de raíz.
P.S. La denuncia de Cuarto Poder sobre las cuitas del hermanísimo Nicanor Boluarte en lo que podría ser llamado (Ruiz Muñoz Dixit) Sarratea II incrementa el espectro causal del adelanto de elecciones y de una eventual vacancia presidencial si el asunto escala.

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