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LIDERAZGO 2026

Por: César Campos R.

Me produce una inevitable sonrisa los soponcios que despierta el despliegue de Antauro Humala por diversas localidades del sur peruano y el respetable nivel de convocatoria que suscita su presencia así como sus encendidos discursos nacionalistas (“etnocaceristas”) plagados de odas y recuerdos a la figura del dictador Juan Velasco Alvarado (gobernante de facto 1968-1975).

Antauro cumple lo suyo: llenar un vacío de liderazgo en la izquierda, espectro deshilachado por la performance gubernamental de Pedro Castillo Terrones y todos los farsantes que lo acompañaron en su aventura mediocre y luego delincuencial. El pretendido desmarque de colaboradores castillistas como Verónika Mendoza, Mirtha Vásquez o Vladimir Cerrón, no prende ni prenderá mientras haya compatriotas con memoria de corto plazo que recuerden pronto sus latrocinios.

Pero Antauro, como se sabe, es también un delincuente que recibió una condena de 19 años de prisión efectiva (por redención de la pena debido a actividades laborales y educativas, solo cumplió 17 años y siete meses) por encabezar una asonada en Andahuaylas el 1 de enero del 2005 que costó la vida a 4 efectivos policiales y dos de sus propios seguidores. Antauro no es percibido como un político corrupto sino “insurgente” en tales zonas del sur del país. Por eso lo escucha un público numeroso y aplaude los disparates radicales que profiere. Se ha convertido en una alternativa presidencial según la última encuesta de Ipsos Perú que quita el sueño a las barras bravas derechistas y conservadoras, solo operativas en las tertulias de café y en ciertas redes particulares.

Las lecciones extraídas del proselitismo de Antauro (considerado por personas cercanas como un líder más sólido que su hermano Ollanta) son varias. La primera es que los delitos cometidos no anulan los aprontes políticos de quienes logran relativizarlos en el recuerdo colectivo. Lo segundo es que el perfil híbrido de nuestra frágil democracia (The Economist dixit) valida las opciones extremistas casi de manera natural. Somos Alemania 1933 y Antauro encarna la “desesperación organizada” que hizo de Adolfo Hitler el monstruo histórico ya conocido. Pandemia, corrupción, crisis política e institucional, cultivan su imagen.

En esa línea, falta espectar la construcción del liderazgo de derecha para el 2026 cuya prédica sea tan piromaníaca como la de Antauro pero sustentada en propuestas de orden y libre mercado, una simbiosis lograda de Nayib Bukele y Javier Milei, los ídolos actuales de buena parte de latinoamericanos.

Y lo tercero – consecuencia directa de lo dicho anteriormente – es la pérdida de virtud del centro político, tal como lo sostuvo hace un par de años Felipe Ortiz de Zevallos. Quien pregone paz, amor, sensatez y diálogo, será visto como un bicho raro en este Perú que enconaron lentamente los poderes fácticos de algunas ONG y sus brazos medíaticos desde hace 20 años.

Tal nuestro destino para las elecciones 2026. Cada vez más claro y con escasos pronósticos de cambiar.

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