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A TROMPICONES

El final protagonizado en las oficinas de la Junta Nacional de Justicia (JNJ) ha sido -como se preveía- penoso, tanto la señora Tello, como del señor Vásquez, que se han se han resistido hasta el final a dejar sus cargos, a pesar de la inhabilitación recibida del Congreso de la República, y, por lo tanto, el cese inmediato de sus cargos.

 

No hay que ser mal ejemplo, ni dar una mala señal, como claramente lo han hecho estos dos exmiembros de la JNJ

 

Esto ocurrió en virtud de la decisión del Congreso de 8 de marzo, pero recién ayer jueves 14, se pudo hacer efectiva, cuando un fulminante oficio del presidente del máximo foro de la nación conminaba a su Procurador Público del a iniciar la denuncia penal del caso ante el Fiscal de la Nación contra estos dos exfuncionarios por delito de usurpación de funciones.
Así las cosas, resulta claro que hay personas que cumplen con la ley, así como también hay personas que van haciendo la ley en el camino a su medida. La ley sastre o la ley costurera. En el derecho constitucional, precisamente la evolución de la sociedad hacia la democracia se dio entre el “gobierno de los hombres” (goverment by men) dio paso al “gobierno de las leyes” (govermen by law); es decir, cuando en la época antigua los reyes, monarcas y emperadores hacían las reglas en el camino, las adaptaban para sí mismos y las imponían a sus súbditos, hasta que, finalmente, se dio paso al gran pacto político por medio de una Constitución escrita, un conjunto de preceptos que establecen las reglas jurídicas básicas de la nación y que todos tenemos que cumplir sin excepción.
Pero, claro, hay gente que, invocando valores supuestos, fines superiores y encarnando supuesta “moralidad” -o una presunta “legitimidad superior”- se sienten en la posibilidad de desafiar a la autoridad, desafiar a la ley y crear sus propias reglas. Ese fue, precisamente, el caso de la señora Tello y de la propia JNJ cuando se autointerpretaron que el límite de la edad para el ejercicio del cargo no era para “ser” miembro, como lo dice la Constitución, sino para “acceder” al cargo; porque así les convenía, porque habían sido “juramentada” por 5 años, y como los seleccionadores le habían dicho que su cargo dura 5 años, entonces, eso bastaba para cambiar el sentido -nada menos- que de la propia Constitución. ¡Habrase visto!
Finalmente, puede gustar o no gustar la decisión del Congreso; como cuando sucedió con la señora Benavides a manos -oh! casualidad- de la propia JNJ.  Es muy probable que no le haya gustado para nada ser desaforada en forma exprés del sillón de la Fiscalía de la Nación, y es muy probable que considerase que la decisión de la JNJ era írrita e ilegítima: la suspensión que la propia JNJ le había dado de manera de su cargo. Pero aquí, la gran diferencia radica en que la señora Benavides, con gran estoicidad y dignidad, dejó el cargo al día siguiente como lo ordenaba la autoridad de la JNJ (bien o mal, lo había ordenado la autoridad del momento, la JNJ.

 

“No me han suspendido, me han inhabilitado”

 

Sin embargo, cuando alguno de sus integrantes recibe una resolución similar, en este caso el Congreso, la autoridad del momento, se sienten llamados a desacatarla y a desafiarla, a censurarla y a denostarla.  Prefirieron acogerse en el statu quo de las interpretaciones antojadizas y disforzadas siguiendo los consejos equívocos de sus asesores, perdedores no resignados en su defensa, que les instigaban a desconocer a la autoridad.
Una frase que hoy ya se ha hecho famosa en la política, cuando de interpretaciones pueriles se hace, es aquella de: “No se cayó, se desplomó” con “No me han suspendido, me han inhabilitado” clamaba la señora Tello en un nuevo juego de palabras y de conceptos alterados, que finalmente tienen a maltraer a nuestra frágil institucionalidad.
Así, entonces, ¿Por qué le pedimos a un ciudadano que cumpla con la ley y no se pase la luz roja? O que cumpla con la ley y no invada el carril del metropolitano; o que cumpla con la ley y respete los derechos de los demás, si las propias autoridades incumplen con la ley clara y explícitamente, creando interpretaciones para sí mismas cuando de incumplir la ley se trata.

 

han sido los otros miembros de la JNJ los que les quitaron la alfombra a sus dos excolegas que se aferraban al cargo,

 

Un triste espectáculo, un bochornoso ejemplo que, ciertamente, ha tenido un final desdoroso. No ha habido dignidad a la hora de dejar el cargo, por más que se presenten recursos y reclamos absolutamente legítimos para poder contrastar legítimamente la decisión del Congreso y poder determinar, nuevamente por la autoridad legítima, si ha sido válida o no ha sido válida; si ha sido constitucional o ha sido desproporcionada y, por ende, inconstitucional.
Pero ese ya es otro tema, eso se verá en otro escenario, en el escenario judicial o finalmente en sede del Tribunal Constitucional.  Pero, de momento no queda otra cosa, como todas las autoridades, que acatar lo que se ha dispuesto y en dejar el cargo.
Al final de cuentas, han sido los otros miembros de la JNJ los que les quitaron la alfombra a sus dos excolegas que se aferraban al cargo, pues, al emitir una resolución en la que se señala que los cargos han “vacado” por la decisión del Congresp, diciéndole “adiós”, “agur”, alas y buen viento y en el camino tal vez nos volvamos a ver. Bye.

 

No hay que esperar -entonces- a que nos pongan las cosas en el pasillo para saber que ha llegado el momento de dejar las mieles de cargo con dignidad, con altura

 

Hace recordar aquella anécdota que se cuenta en los pasillos del Tribunal Constitucional, cuando en el pasado uno de sus exmagistrados, que después llegó a ser fervoroso ministro del expresidente Castillo, estando presente el día del golpe, no quiso dejar el cargo en el máximo interprete constitucional, pese a tener su reemplazo nombrado por el Congreso. Al final de cuentas, sus propios colegas tuvieron que ponerle sus libros y cuadritos en el pasillo, pasando por la deshonra de tener que retirarlos de allí.
No hay que esperar -entonces- a que nos pongan las cosas en el pasillo para saber que ha llegado el momento de dejar las mieles de cargo con dignidad, con altura. Así como se accede al cargo con méritos y honores, hay que saberlo dejar con clase y con dignidad, con la prestancia que -justamente- reluce del cargo que se ha ejercido.
No hay que ser mal ejemplo, ni dar una mala señal, como claramente lo han hecho estos dos exmiembros de la JNJ que se han ido con más pena que gloria después de haber llevado a esa institución a equivocarse reiteradamente y a incumplir con el mandato constitucional que aún está pendiente: dotar al país de jueces y fiscales probos e idóneos para evitar la enorme carga de falencia y de altísima provisionalidad que tanto aqueja a nuestro Perú.

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