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TRANSMIGRACIÓN Y AUTOTRASCENDENCIA

Por Gustavo Blanco Ocharan 

gblancociticars@gmail.com

Dedicado a don Artemio Castañeda Romero que partió de regreso a la Infinitud.

Para la ciencia la muerte es el límite de la vida, en donde el organismo es incapaz de sostener su homeostasis produciendo el cese de todas las funciones vitales; representa el fin del ciclo biológico en uno de los planos del ser, el plano físico.

Para quienes consideramos que el ser humano trasciende la materia, fijamos nuestra atención en otros planos no físicos, en los cuales el espíritu que es energía en permanente transformación adopta otras formas y manifestaciones para continuar su devenir eterno; es por esta concepción que a la muerte preferimos denominarla transmigración, que representa pasar de un estado del ser a otro más elevado.

La transmigración entendida como la peregrinación del espíritu de un cuerpo y alma a otro, supone que la esencia invisible se materializa en un vehículo temporal que es el cuerpo físico, a través del cual experimentamos la vida en la tierra, a través de nuestros sentidos primarios que nos permiten ver, oír, palpar, oler y degustar, independientemente que podamos activar otro tipo de sentidos más profundos y menos usuales como la intuición, la telepatía y otras percepciones extrasensoriales que la neurociencia aún no termina de desentrañar.

Respetando cualquier tipo de creencia religiosa particular así como los diversos principios filosóficos que nos puedan mejor inspirar, existe un factor esencial que aflora naturalmente en la transmigración que se hace presente con espontaneidad, es el valor de la Esperanza, a través de cuya retina podemos percibir que la vida no acaba con la desintegración del cuerpo y la materia, que existen otros planos hacia los cuales la energía invisible asciende hasta confundirse o reencontrarse con la esencia misma de la creación.

Somos una partícula única del Universo Infinito, venimos al mundo para crecer, evolucionar y experimentar para luego regresar al plano abstracto; al nacer recibimos un misterioso soplo de vida que marca el comienzo de la existencia y cuando fallecemos expiramos, exhalando el último aliento como señal que el ciclo vital ha finalizado. Venimos de la infinitud, pasamos por la finitud y regresamos a la infinitud.

Tememos referirnos a la muerte porque la asociamos con sentimientos de pérdida, ausencia, dolor y sufrimiento; sin embargo, desde una perspectiva espiritual aquel fin representa al mismo instante un nuevo comienzo, dentro de los indescifrables e insospechados planos y planes de la Creación Eterna; entonces se nos presenta la disyuntiva; si en realidad hemos perdido al ser amado o si en verdad hemos ganado una nueva presencia espiritual que se manifestara por siempre a través de hechos, acciones, recuerdos, sueños, aromas, coincidencias, anécdotas y una serie de sincronicidades que nuestra intuición puede aprender paulatinamente a percibir y descifrar.

Confrontar la muerte no es sencillo porque es enfrentar lo desconocido, sin ninguna certeza, entonces el ser humano por su propia naturaleza; duda, se confunde, teme, se deprime, es preciso acudir a los recursos de la fe y la esperanza para aquietar nuestros propios pensamientos y sentimientos y superadas las etapas de negación, dolor, sufrimiento, aceptación y resignación propios del duelo, enfocarnos en la trascendencia, etapa de nuestra evolución integral desde donde gloriosamente e indefectiblemente  nos encontraremos una vez más con el Gran Espíritu; como lo hacen quienes nos preceden en ese camino, así lo haremos también nosotros en su momento.

La transmigración nos invita a vivir más desde el ser que desde el ego que suele ejercer dominio y control sobre lo material, el poder, el dinero, la fama, la acumulación y el apego entre tantos otros aspectos mundanos, circunstanciales y temporales; el ser simplemente fluye en libertad en el no tiempo, libre de cualquier atadura, física, material o emocional.

La transmigración también nos enseña a vivir y valorar el presente, disfrutar cada instante, apreciar y vivir con intensidad cada experiencia porque el aquí y el ahora es el único instante real que existe por eso es maravilloso honrar a las personas en vida, perdonar cualquier agravio y disfrutar la oportunidad de vivir con alegría y optimismo porque siempre ese pedazo de existencia es y será un maravilloso regalo, textualmente un presente.

El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional; todo depende si fijamos nuestra atención en la muerte como final o en la transmigración como un renacer inmaterial; al final, tanto el tiempo como el espacio suelen ser volátiles y relativos y paradójicamente es el espíritu, el ser esencial, lo no manifestado lo que se convierte en permanente y real. Como lo ha documentado el periodista e investigador Juan José Benítez, el mensaje que envían las personas que han atravesado el umbral hacia la eternidad es siempre el mismo: ¡Estoy Bien!

Descansa en paz querido Artemio, que tu espíritu se eleve y nos acompañe desde el confín Eterno del Universo, junto al ABBA amado que como lo soñaste en alguna ocasión te tiene de la mano.

 

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